Todo Pelado
Pasó la brigada de la poda, se fueron llevándose
consigo cualquier resto de “verdura” que
pudiese merodear sobre la cabeza de
nuestro paseo, hasta la alfombra dorada
que formaran las hojas caídas se fueron con ellos. Frio, más frio se ve
ahora el paseo por donde a diario mi
Lola y yo, deambulamos platicando de
nuestras cosas, al son de esa música celestial que al paso nos ofrecen los pajarillos
desde las ramas ¿Dónde se meterán los
pobres estos días? Andarán arremolinados como en laberintos de vecinos a la
espera de nuevos brotes para su cobijo y mientras tanto, se irán acomodando
cada uno donde mejor puedan. En la naturaleza esto no sería así, pero donde el
hombre mete sus manos (en general no hay
donde no las meta) con ese afán de
gobierno y manipuleo, todo es de otra forma. Será mejor, será peor… no lo sé, en todo caso, ni aunque la costumbre se haga ley, esto lo doy por natural.
La perspectiva que ahora da la
planicie de ese ensanche que forma la avenida, junto con la
plaza-parque del final de nuestra calle, me recordó esta mañana otra planicie
en S. Gregorio, allá en el campamento militar a las afueras de Zaragoza donde
juré bandera cuando me tocó y que un poco, mirando la hilada de árboles pelados
como aquellos quintos formados y bien dispuestos para ser mirados, contados y
revisados como elementos comunes sin alma, solo herramientas al uso para un fin
predestinado y que en el momento que disponga quien manda se quita o se cambia
de lugar… así me sentí en aquel tiempo
cuando serví a la patria y así veo estos árboles, fuertes y recios tan
necesarios para la vida, que tanta sombra y frescor dan en días de sol, lugar
donde viven y nos alegran un sinfín de aves, elementos naturales tan bellos que
nos deleitan y renuevan el oxígeno…
hoy, aprovechando el momento de más reposo en ellos, se podan para
“obligarlos” a dar mejores ramas o frutos y orientarlos al gusto.
No podrán anular
de ninguna de las maneras esa belleza que la naturaleza nos ofrece, de una u
otra forma. La naturaleza es la que más sabe y por encima de complejos o manías
del que todo lo quiere arreglar, nos brinda desde cualquier ángulo su
indescriptible belleza… otra cosa será
que no la sepamos observar.
Extrañados
revoloteaban pajarillos de aquí allá: de la verja al alero de las casitas, a la
parabólica y al rosal y de ahí a los setos intentando adaptarse al cambio. Mi
Lola entre husmeo y saltitos miraba y se iba fijando en todo cuanto se movía y
todos, encogidos por la fresca temperatura del momento nos entregábamos al amanecer de este nuevo día. El sol, con la bata o el
camisón todavía puesto, andaba asomado por la esquina contraria de la plaza,
a la que nosotros nos dirigíamos buscando el final que coincide con el camino
entre masías y que ahí, rodeado casi al completo de campo ensanchamos pulmones
y entre el verdor del paisaje echamos nuestro ratito. En mitad de un barbecho
le quito la correa a mi perrita y le doy libertad, antes no se puede, hay
peligro de tráfico y además está prohibido. A modo de “Gran Tamarit” le escondo
le ofrezco y le quito la rama, me río y me muerde sin dientes las manos y le
tiro palitos o piedras y entre carreras y saltos nos ejercitamos, hace su pipí
y lo otro (que lo recojo y llevo al contenedor) y cuando amainan los bríos de
la “Señorita”, poquito a poco cruzamos esta “sabana de nacimiento” de la que
aún podemos disfrutar y camino arriba entre brincos y carreritas, rodeamos las
tierras de estas masías apareciendo por la parte de arriba de la plaza, ya
cercanos a casa.
¡Lola cuidado! Tú aquí a mi lado
hasta que pasen esos coches, que nos pillan…
¡Ahora, venga ahora! Y cruzamos el paso de cebra para adentramos entre
los jardines que pueblan la plaza,
mientras un mirlo nos canta desde las peladas
ramas de un olivo que a modo de cornamentas de venado dejaron con la poda y un par de madrugadores como nosotros que hacen
ejercicios levantando brazos y estirando las piernas… cada uno con su “canción” y nosotros a por el
pan que ya estará abierta la panadería y hay que tomar el cafelito con sus
tostadas.
Montero Bermudo.
S. Juan Despi, casi metidos en invierno, 2.016
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