Con más de sesenta…
¡Oiga señor! ¡Siéntese!
Por favor, siéntese aquí - me dijo hace poco una muchacha de la edad
de la mía, mientras venía del trabajo en el metro. Once horas largas rascando
estuco, lijando y tragando polvo, sube y baja escaleras… terminas reventado; te
lavas como los gatos y haces senderismo hasta el metro que anda lo más lejos
que podía estar y cuando por fin llegas, te quedan escaleras e interminables pasillos y más escaleras hasta donde te
recogerá un vagón repleto de personal que como tú, vuelven sudorosos y apretujados
en unos trenes que a esas horas que
llaman Punta, van casi como en Bangladesh. No, no gracias, ya mismo me bajo… - le contesté de la
manera más agradable que pude - la
jactancia junto con cierta flaqueza en la hombría y que como una “mentira por
amor” a uno mismo no disimulan siquiera una evidencia, pero que si descubren a
todas luces las miserias del ego. Yo iba hasta el final y me quedaba casi todo
el recorrido.
Me sorprendió, aunque no es la
primera vez y seguro que aquella educada muchacha me notaría en la expresión del semblante la “trilla” del día, pero a mí me sirvió como
revulsivo y un impulso animoso desde lo más hondo me sacó buena parte de esa
juventud que aún no he gastado… se me
quitó sin pretenderlo cualquier atisbo de cansancio y bien erguido se me
tensaron los músculos de todo el cuerpo y a través de un instintivo e
inconsciente arrebato interior, entre una mezcla de agradecimiento y orgullo,
de forma imaginaria me ofrecí a los
muchos pasajeros allí de pie por si fallaba la barra metálica y preferían
agarrarse a mis brazos… ¡yo soy otro más! – Me dije a mí mismo - esto no se ha terminado… ni – mu – cho – me - nos.
La educación y
los bonitos modales de aquella chica, en contraste con la poca valía de mi
mentira, son de agradecer y satisface en cierta manera encontrarse con estos
detalles cuando ya el civismo, en buena medida, ha dejado de ser moda, no se
lleva. No por eso, en el fondo un poquillo me tocó la moral, porque yo, que soy
como los búhos y me fijo en todo cuanto me rodea, veo a la mayoría de gente que
viene en el metro a esas horas de la noche, con caras de cansados, como podrían
ver en la mía y uno sin pensar mucho, mira con disimulo alrededor y se
pregunta ¿Yo tengo peor cara o semblante
que ese o aquel? Y te queda la duda o la intriga pensando en la diferencia que
aquella chica pudo ver entre el cansancio mío, que lo traía y el de la mayoría,
que yo también observaba.
Hay algo que me
cuesta aceptar, aunque posiblemente en
parte no este acertado, pero si no dice uno las cosas tal como las ve o las
siente, parece que de por hecho aquello que los demás opinen y no siempre han
de tener la razón los otros… la tendrán o no la tendrán. Me siento y me veo joven: dispuesto, ilusionado,
correoso, con enormes ganas de dar comienzo al “proyecto de mi vida”, hago y
deshago cuanto sea normal de hacer en el
trabajo, en lo cotidiano y en
general no dependo de nadie, resuelvo
mis cosas como cualquiera, unas mejor y otras peor y si me apuran… ya quisieran algunos de los que me rodean con
menos años.
Tuve una crianza, algo dura, el
periodo de la niñez prácticamente me lo perdí y siempre me vi junto a los
mayores buscándome la vida, cuando no solo. Me acostumbré a autoabastecerme y a
colaborar con mis posibilidades a una escasa economía familiar, a veces, por
debajo de mínimos, ello me dio una madurez anticipada y cierta “cojera” en la
vida. Más en conjunto me ofrecería una “formación” de resistencia y la
costumbre sería el hábito con el que me mantengo a pie de obra, presto y
dispuesto a lo que venga. Así que ando entrenado y la puesta a punto en estado
de revista, no me asusta la dureza ni aspereza del trabajo, al contrario, lo
que me hunde la moral es estar inactivo. Mi sueño por realizar sigue a la
espera del pistoletazo de salida y la fe en el inicio y desarrollo de todo
cuanto queda previsto es inmaculada, soy “catedrático de juventud” y lo avalan
mis más de sesenta años.
Montero
Bermudo.
S. Juan
Despí, en vísperas de los sesenta y cuatro. 2.016
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