Fosforito,
raza y duende en el flamenco
Hoy, como tantas veces, me levanté pensando en mi tierra y en el arte… para no variar. Cualquiera de sus facetas, me interesa; de
una en otra: pintura, danza, música…
leyendo unas entrevistas, indagaciones y propuestas en La Droguería
Music y el blog de Chemi López, entre
otras citas afines, un pequeño video
donde Fosforito habla y entona uno de sus cantes…
Mientras lo escuchaba abrí de par en par la ventana de los sueños y cerré
los ojos para deleitarme con más nitidez, más echando al vuelo evocaciones
pasadas, las dejé pasar ante mí como
delgadas nubes que el viento lentamente iba desplazando, dando y cambiando formas a muchas historias de ese peculiar mundillo
del flamenco con el que tuve contacto un tiempo en mi vida; recuerdos de una vida que aunque sigue, en
buena medida ya pasó y fueron desfilando
ante la tribuna de la imaginación a modo de comitiva o procesión, un
batiburrillo de escenas que entre
mezcladas me trasladaban a otra época ya pasada y el contento, el entusiasmo, la
ironía y la sonrisa se daban la mano, no tanto por andar juntas, como si, por
amparar o disimular el inevitable empañamiento
lagrimal por algo tan bonito como esa vida de juventud que se esfumó en un
visto y no visto y que sin solución de continuidad hoy solo se divisa mirando atrás.
Recuerdos de D. Antonio Fernández Díaz “Fosforito” en aquella Peña que
llevara su nombre en cuyo lugar nos dábamos cita amigos aficionados a este
arte; tiempos del que guarda uno memorias y que esta mañana leyendo en el blog de Chemi López me han hecho volver en cierta manera por aquellas noches de peña, donde el recoleto y
humilde escenario, era ocupado por la figura inconfundible de una oronda y
brillante calva sobre típicos y festeros lunares abrazando la sonanta; la
seriedad y presencia del “Tío Remolinos” guitarra en manos, era como un
monolito vibrante en placita de pueblo que hacía los acompañamientos de tantos
como por aquel enternecedor escenario transitaron.
“Quejíos” y sentimientos flamencos, entre rasgueos de guitarra y algunas palmas a
compás, que arañaban y escarbaban el ambiente de aquel rinconcito aliviando no
pocos sentimientos y que aportarían a la
postre algo de conocimiento para los más
jóvenes, como era mi caso y “puesta al día o mantenimiento” para otros tantos
que lejos de sus pueblos allá en Andalucía, se negaban a olvidarla.
Puse en marcha el “aparato de las modernidades”, un lujo este invento
del Internet, al que de alguna manera le tiene uno que estar agradecido y mientras leo y escribo, escucho e
inconscientemente jaleo a un Juan Carmona “el habichuela” o a Enrique de
Melchor mientras “adornan y alivian los respiros” en sus cantes, de este ilustre
ponteño, que ni D. Gonzalo diera más lustre a Puente Genil y que deleitándome con
su arte pierde uno toda noción; cantes que abarcan todos los palos y formas y
del que Fosforito es quizás algo más que maestro. Su conocimiento, el pellizco
y zarandeo de sus “quejíos”, el compás, la medida, el tono de su voz
varonil-raza: sustancia, coraje, brío, empuje, carácter, temperamento… y en definitiva, el duende personificado en
una de las voces varoniles más flamencas de las que yo tengo conocimiento.
Montero Bermudo.
S. Juan Despí en tiempos de poda,
2.016
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