Como reliquia de
aquel tren
Campos
de mirasoles por donde cruza el camino y que desde lo alto de la loma llegan hasta el arroyo.
Por la linde de la tierra de labor, ya casi a orillas de unas charcas
que formaban el cauce de la torrentera, alguna que otra piedra y mastrantos camuflaban de la vista una vieja traviesa olvidada, maltrecha y despreciada; resto abandonado de lo que fuera reyerta
perdida, ante la incipiente modernidad que se prometía y que a la postre, en “pan para hoy y hambre para mañana”
quedaría.
La curiosidad que siempre va conmigo,
la que me zarandea de continuo y me
frota las pestañas como entreno para que mire todo cuanto me rodea y que en momentos llega a rozar la osadía, me
la enseñó y desde el camino que antes fuera la antigua vía,
bien pasado el Caño y siguiendo el curso del Chaparral, hoy “Verde” denominada,
allí la vi casi cubierta en su abandono y clavando los pies sobre aquel arcilloso
y algo húmedo terreno , bajé el pequeño desnivel por una de las “calles” del sembrado. Mientras
salteaba la vista entre el color de las flores de las pipas y el punto donde me
dirigía, haciendo vaivenes intentaba mantener el equilibrio andando por los
terrones de lo labrado, intrigado por verla de cerca y comprobar en qué estado se encontraría.
Los panales ya cubiertos de fulgurante
amarillo hacían el entorno emotivo y muy agradable, la naturaleza mezclada con
los bonitos recuerdos de otras etapas de la vida, donde la niñez lideraba el
tiempo, se funden por momentos sin
pretenderlo y surgen los sueños que dan
libertad a la imaginación, elevando al ser humano por encima del momento real
hasta depositarlo sobre otro más sublime, bello, intrigante y deseado.
¡Cuánto está esto de alterado! Desde aquellos años de la niñez… junto a mi tío y el perro tras un puñado de cabras; la talega y el
garrote, los sueños y la fe... tras
todo ello: el alma. Todo cambiado y
desconocido, antes, el tren entre
olivos por estos lugares corría,
mientras resoplando en cada repecho y
dejando a Écija en la lejanía, el tren
avanzaba nervioso cumpliendo su
cometido; conejos y liebres, perdigones
y bichas cruzaban la vía; nosotros, algo escondidos lo veíamos pasar, mientras tanto las cabras
comían.
Iba de paseo curioseando el paisaje, como de
costumbre, pero con ciertas intenciones porque buscaba una, siquiera de
recuerdo; el tren, ese tren que me sacó del natural hábitat, siempre me sedujo
y con él, todo cuanto lo compone. Me dijeron alguna vez que pregunté por estas
cosas, que por la zona sería posible encontrar alguna, pues
cuando desmontaron la línea férrea quedaron desperdigas buena parte de ellas
por estos lugares, pero cuando pude acercarme se las habían llevada y no di con
ninguna. Esta vez puse más énfasis en mi
rastreo y al final recogí frutos. Había alguna más ya metida en el arroyo, pero
destrozada e incompleta, en todo caso yo solo quería una y esta era
recuperable, así, que con la ayuda de mi primo que venía conmigo, la cargamos
sobre los hombros y por medio de los panales la sacamos al camino… luego en casa él la trabajó de carpintería y
la traté de barniz y demás acabados y desde entonces: decora, embellece y da
carácter, junto a otras “antigüedades” de mi pequeña colección, un rinconcito
de ese “refugio astigitano” que siempre me espera, manteniendo además a la vista,
un trocito de “alfombra de roble” por la que pisara mi particular
historia.
Montero Bermudo.
S. Juan Despi, en tiempos de
poda de 2.016.
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