Viaje
a Paris
Hoy traigo
aquí a este cuadernillo de notas, recuerdos de aquella visita a Paris por el verano de 1.981
“…como
viaje fin de curso de un colegio de Cornellá junto con otros tres o cuatro más,
que no éramos maestros, nos invitaron a dicho viaje (pagando) agregados como “personal docente” o cosa parecida… nos saldría bien de precio.
Saldríamos
de Cornellá a medio día y lo haríamos en dos autocares. Junto con mi compadre y el profesor de pintura que también se
apuntó al viaje, saldríamos por la
Junquera y en dirección París por la autopista y allá sobre la una de la
madrugada, más o menos, andábamos cerca de Valence a unos cien Km. de Lyon, la
mayoría adormilados… en plena autopista,
a esas horas de la noche totalmente a
oscuras el paisaje y después del trajín de todo el día, cae uno rendido…
yo iba en el lado izquierdo junto a la ventanilla y ya la conversación
con mi compadre se había hecho tan relajada que poco hablábamos… De pronto el vehículo hizo un gesto extraño,
el conductor justo delante nuestro, un hombre joven y corpulento, se incorporó
del asiento y casi de pie cogido con las dos manos al volante bregaba
violentamente dando vaivenes, mientras la doble rueda trasera izquierda la vi
por delante de los faros dando saltos por la carretera delante nuestra y el
vehículo haciendo zigzag al tiempo que arrastraba la carrocería, echando fuego,
según nos dijo después el chofer del otro autocar que venía justo detrás
nuestro. Transcurridos unos momentos tensos y de preocupación mientras veía como
se cruzaba lo mismo a derechas que a izquierdas, pudo aquel hombre hacerse con
él… fue visto y no visto, algunos cuando
abrieron los ojos ya estaba el autocar parado y el chofer del otro vehículo se
asomó por la puerta ¡Venga, venga! Todo
el mundo al otro coche ¡Vamos, vamos! Bajamos
corriendo, tampoco entendíamos mucho las prisas… si nos quedamos ahí y llegan los gendarmes,
no llegamos a Paris en tres días. Así de claro lo vio aquel hombre
experimentado en estos viajes y acostumbrado a salir casi de continuo al
extranjero, según supimos después.
Se
partieron todos los tornillos que sujetaban la doble rueda, se salió de golpe y
mientras el autocar seguía la inercia arrastrando sobre el eje y los bajos de
la carrocería, el chofer hizo por detener el vehículo y dicha rueda siguió la
inercia a toda velocidad carretera adelante. Luego supimos que era la segunda
vez que le ocurría y era nuevo el autocar (¿?) Se quedaría el chofer y uno que sabía francés
con el vehículo para arreglar aquella situación y nosotros seguimos viaje a
Paris todos juntos en el mismo. Todo el
mundo sentado en el pasillo, en los
escalones de las puertas y en la parte trasera que había un hueco… que nadie se levante ni aunque afloje la
marcha o pare – decía el chofer – si nos quedamos ahí no nos dejan seguir hasta
que no se arregle o venga alguien a recogernos, pero si nos ven aquí con la
gente de pie y sin asiento… así se
explicaba aquel “aventurero” del volante que luego resultó ser una persona
bastante campechana, con mucha veteranía en estas y otras cosas en carretera,
con media Europa “pateada” de continuo buscándose la vida y que todo ello sabríamos
porque antes de acostarnos por las noches echábamos nuestros ratitos de
charla unos cuantos de los mayores…
Aparecimos
por Paris tempranito y algo cansados, después de una noche mal sentados e incómodos y algo
preocupados por la situación; los niños se reían… y nosotros los mayores haciendo cábalas de
lo que pudo ser, andábamos con la
sonrisa más tensa. Llegamos a la puerta del hotel, que lo recuerdo pegado a una
placita, a unos quince minutos andando de Galeries La Fayette y la madame no
nos dejó ni descargar las bolsas, hasta que no dieran la diez o las once (no
recuerdo bien) ni bajar del autocar. Por
fin cuando pudo ser nos situamos cada uno donde nos tocó, luego de leernos la
cartilla aquella “sargento” con cara de malas pulgas y salimos dando una vuelta a comer en una especie de self service… ya libre, nos fuimos a pasear por Paris.
Cogeríamos
el metro en Cadet y haciendo transbordo en Franklin iríamos a Trocadero y ahí cogimos un
catamarán que nos pasearía por el Sena; muy bonito todo, pero la azafata habría
que haberla echado al agua, pues con mucho desprecio con el gesto hacia
nosotros, vi como le decía al timonel
que éramos españoles… dejémoslo ahí
total ella sería francesa. Cuando ya nos cansamos de todo aquel trajín, cogimos
el metro nuevamente y nos bajamos en Franklin para el transbordo. Íbamos
separados algo en dos grandes grupos, para poder controlar mejor a los niños,
que algunos eran bastante traviesos y de educados… el
director se reía, pero si ese fuese mi trabajo, la vergüenza a mí me quitaba la risa.
Yo me
encargué de controlar a la mitad… por una deficiente megafonía se escuchaba hablar,
más entre las risas y charlas de los
niños y que ninguno sabíamos nada de francés…
entendí que algo pasaba y me
dirigí a una garita donde vi a una señora que algunas señas me hizo cuando
miré, me fui hacia ella y a través de los cristales le quise preguntar… sin darse siquiera la vuelta, una señora
gorda que no sé cómo se pudo meter allí, con el cigarro en la comisura de una
boca, de labios gruesos pintados a brocha con rojo bermellón, hacía gestos
despectivos con un brazo señalando para arriba… a la rue, rue… me pareció entender. Se
había terminado el horario del metro y nos tuvimos que salir sin saber ni donde
estábamos. Menuda papeleta… había cogido un pequeño mapa-plano en el hotel
al entrar (mis manías por leer todo papelito que se me pone delante) y gracias
a ello comencé a orientarme y tirar del grupo y con un poco de suerte supimos atinar y llegar todos al hotel, menos al profesor de pintura,
que junto con un matrimonio mayor que venía y que alguien que pasaba se ofreció
a llevarlos con coche. Nosotros llegamos a las doce y algo, pero ellos bastante
después; el profesor, que “conocía” París, porque ya había estado alguna vez, cuando aquel buen hombre los dejó, prácticamente
en la esquina, porque era contra dirección, siguió su camino y D. Raimon Llort
empezó a dar vueltas y más vueltas… todo el día anterior y la noche liados con el
viaje, más el día en Paris y casi esa noche dando vueltas unas personas mayores
de sesenta y tantos años o quizás
setenta, terminaron hechos polvo.
Nos
repartimos y nos encontraríamos a medio día (no todos) para la comida y luego
para la cena. Nosotros: mi compadre, D. Florentino, un cura primo hermano de
uno de los profesores del colegio que vivía y ejercía en Tejado (Soria) y que
vino al viaje como nosotros, Raimon Llort
algunas veces, y yo; dedicaríamos el mayor tiempo posible en ver
pintura, escultura… los demás se
desenvolvieron sobre los planes que se habían hecho. Fuimos a Versalles,
subimos a la Torre Eiffel, visitamos la tumba de Napoleón (cosa fea en el
mundo) Montmartre; Sacré-Coeur; Notre Dame, subiendo a su torre; el museo
Rodin, el Louvre, el Centro Pompidou y
el Jeu de Paume, que todavía entonces guardaba buena colección de
impresionistas; además de callejear lo que nos permitieron aquellos cinco días por
la ciudad. Alguna comida de medio día la haríamos nosotros solos por aprovechar
el tiempo y la que hicimos en la Plaza
Vendome, nos atendió una camarera de la
provincia de León y la familia (nos
contó) no la dejaba venir a España porque aún no se sabía porque estaba
muriendo gente por muchos pueblos no lejos del de ella; luego se descubriría el
problema del aceite de colza.
Con
relación a todo lo que vi y de mi interés en aquel viaje, posiblemente la imagen que con más
nitidez conservo sea la Victoria de Samotracia, imagen desde abajo de las escaleras que me impactó y que
siempre que la veo, aunque sea en fotos o videos me recuerdan aquel viaje, amén
de su hermosura y belleza. Los bodegones y algún pastel que pude ver de Chardín,
preciosos y algunas cosas de Degás: delicado, fresco y muy agradable. El beso de Rodin,
el Pensador y sus Burgueses colocados en el jardín de la casa-museo los
recuerdos con complacencia. A la Gioconda de Leonardo me acerqué y subido en un
pequeño estrado donde estaba colocada pude apreciarla de cerca, pero no
valorarla, pues esas cosas se necesita estar en otro estado o disposición y no
solo un ratito delante mirando.
Nos
acercamos a visitar a los impresionistas ¿Cómo no? Y en general me decepcionaron
en cierta medida, pues si ya de por sí mantengo mis reservas con relación a
este periodo del arte, en “vivo y en directo” siguieron quedándose donde
siempre los consideré, o sea en un segundo plano con relación a la pintura como a mí me gusta. Yo nunca he dicho que sean
malos pintores ni los menosprecio, otra cosa será lo que otros entiendan o
crean sobre mis comentarios. Para mí es excesivo el lugar de primer orden al
que han sido elevados; ellos hicieron su papel y removieron libertades dentro
de aquel momento rancio y encorbatado en el que se encontraba la pintura (en
Francia); aportaron a la “sociedad del arte” (la demás viene seguida) frescura,
atrevimiento… quitaron “polvo” a tanta
burocracia en este mundillo y dieron rienda suelta a los sueños de muchos,
frenados por los “capillitas” y señoritos de lo académico y del “porque yo lo
digo”. Y esto no es poco, pero el término: pintura, su oficio, técnicas,
“cocina”, su trayectoria, sus avances…
eso quizás vaya por otros derroteros. Comprendo la dificultad de que la
inmensa mayoría entienda mi postura, pero yo sé lo que quiero expresar.
Antes de ellos estuvo Goya y la frescura,
destreza y modernidad del aragonés en los frescos de S. Antonio de La Florida o
“Las Pinturas Negras”, por ejemplo, no la superaron. Y mucho antes pintó
Velázquez: “El maestro de los pintores” en boca del propio Manet y… me
ahorraré las comparaciones, que son odiosas según dicen y abismales en este
caso, opino yo. Solo nombro a estos dos por españoles y porque en ellos está buena parte de las raíces de sus “experimentos,
formas o metas” en curso. No digo más,
sigo con el viaje.
Al margen
de unas cuantas de anécdotas y de la experiencia de un viaje así, donde tuve
oportunidad de ver una Ciudad de esa envergadura y que, aunque no me gustara en
general ni me quedaran ganas de volver,
hay unos flashes sobre imágenes que perduran en la memoria, cual aquella
Victoria de Samotracia impetuosa y bella; Notre Dame y la vista desde arriba de
sus torres; los jardines de Versalles; la Torre Eiffel dibujada en medio de
aquella llanura del Campo de Marte y que me sorprendería gratamente… de cerca y subido arriba del todo también; los “pasillos mecánicos” en el metro y
algunos trenes muy modernos y cómodos por aquel entonces para mí, la Tumba de
Napoleón pomposa, extraña y de un dudoso gusto estético… y una
sensación de Ciudad “todo a lo bestia” por las enormes dimensiones, pero
extraña y fría en todo caso para mi gusto y donde será difícil que me vean otra
vez.
Montero Bermudo.
S. Juan Despí, otoño
de 2.016.
Very beautiful drawing !!!
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