En
el Puente de Hierro la perdí de vista
No es necesario que leas esto, son cosas
de la nostalgia o del “duelo” que algunos
llevamos en nuestra existencia y
aunque sean “realidades” mantenidas de la vida propia, al que le suene de cosa
lejana o no sufrida, solo le aportará tal vez algo de tristeza y ¿Para qué? No te molestes en “vivir” estas cosas, ello va
en reconocimiento de otros tantos que quizás le sirvan para entender que no son
solos y que alguien les recuerda, por haber pasado las mismas o parecidas
penalidades.
Para aquel que una noche se despidió de la novia con el alma en un puño,
cuando fue a recogerla “an ca Caracuel” porque ella soñaba con el devenir de un
día bonito, donde pudiese lucir lo que andaba aprendiendo en aquel taller de
bordados y costuras. Al día siguiente saldría en el “Marchenilla” de las dos y media camino de Córdoba a la
búsqueda del “sevillano” y por ahí saldría de la trinchera del hambre y a campo
abierto se enfrentaría con su enemigo en
otras tierras donde vencerle y reconstruir su futuro. Saldría harapiento y
destrozado en el ánimo, dejando atrás a tantos
como quería y a ella, temeroso de perderla porque era “su ilusión” y con
la firme promesa de volver para llevarla
a su “castillo” una vez iniciada la obra.
También para aquellos más chiquitos que salieron despidiéndose de
sus amiguitos del colegio del Carmen, La Merced, Parroquial de Sta. Mª, la
calle Mayor o la calle Alamillos, porque sus padres le llevaban a otro mundo
donde podrían desayunar con jeringos, merendar chocolate y dibujar con lápices
de colores; lugares de fantasías, ensueños inmensos, grandes y lejanos donde además de otras
maneras de hablar, se contaban aventuras como en los libros que aún ni habían
leído; los que ni siquiera iban a la escuela o andaban con Rafalita Campoy,
Dña. Valle, Carmen Cañete… de “migas”,
también irían a “la fiesta” que se
anunciaba a bombo y platillo y todos por igual, saldrían desperdigados en cientos de remesas en aquel convoy de “la Providencia” .
Lágrimas llenas de sentimientos en
el andén de la estación y el “último beso” con el pie en el estribo,
mientras aquel “monstruo de hierro” soplaba con brío y dejaba con agudeza un
silbido en el viento como despedida. Los
brazos al aire y en forma de manifestación quedarían allí parados, mientras
grandes y chicos no cabían por las ventanillas diciendo adiós. Los tarajes del
río y las cruces de hierro del puente sobre el río, serían el primer estorbo en
la visión de aquella perspectiva de un lugar que tardaríamos en volver a ver
y en adentrándose aquel “pueblo en
marcha” sobre dos hilos interminables de brillante acero por medio del olivar,
se acabaría de perder por tiempo indefinido. El sordo y acompasado “tran, tran, tran…“ de las viejas traviesas, medidos al azar en
grupos de notas marcadas por el silbar de la máquina que iba la primera, sería como un “Bolero de Ravel in crescendo” y
en adelante, la música de fondo o banda
sonora de aquella aventura que había
dado comienzo.
En “el frente” de aquella batalla no sería poca la leña que se dio, unos
más y otros menos, como todo en la vida, pero ninguno escaparía de las penas y
sacrificio que costó remontar el vuelo. Aún y así todavía queda quien no
repuesto de la reyerta vive en la gran duda y aquí no cuentan ya, los que quedaron en tierra que no era la suya y con el
sueño frustrado de volver “triunfante” aunque
fuese a temporadas, pero no hay vuelta atrás.
En talleres, fábricas o en obras; mostradores de tiendas, en la costa de
taberneros y en hoteles; aljofifando suelos de escaleras y haciéndoles la vida
más fácil a los pudientes (aquí también hubo siempre señoritos) durante
interminables jornadas, de día y de noche, haciendo horas extras y destajos
para reventar y aguantando no pocos desprecios y abusos (de esos también se
daban) dejarían la juventud y una vida entera haciendo “Patria” para quienes no
lo valoraron nunca. Aún y así cada uno
como pudo rehízo su charnaque.
Serían recibidos en la estación y pasados por la aduana o fielato radiografiándolos
y mirándoles el hambre de dentro de la maleta; al que no tenía a nadie a su
espera o “mal aspecto de cara”… ¿Cómo pretendía que llegara quien venía
apaleado y con todo perdido? Sería puesto en cuarentena allá arriba por Monjuit
hasta decidir qué hacer con ellos y a los de menos suerte les indicarían el
camino de vuelta.
Cierta modernidad en forma de
tractores y cosechadoras, junto con unos dirigentes anclados en la edad media,
donde vidas y haciendas les pertenecían, hicieron aquella criba y reajuste
dándole más al que ya tenía algo y a la presa fácil, que éramos nosotros los
desahuciados de aquella España, nos mandaron a tapar bocas inconformistas y “protestonas”
en el norte y dos de un tiro contuvieron para su tranquilidad.
Dicen que el tiempo lo va borrando todo…
¿Cuánto tiene que pasar para
olvidarse de uno mismo?
Montero Bermudo.
S. Juan Despi, vísperas de la
Virgen de Agosto de 2.016
No sé cuánto tiempo tiene que pasar para que uno se olvide de si mismo,lo que si sé que yo nunca me olvidaré de ti.Gracias por ser como eres.
ResponderEliminar¡¡Toma ya!! Esto sí que es un piropo. "De tal palo tal astilla" dice el refrán. Soy persona con la "penosa carga" de mucha memoria y las cosas que me afectan dentro de lo "más mío" las vivo por siempre y aún reconociendo que muchas veces no sería deseable... es como el color del pelo (cuando lo tenía). Gracias a ti, ya sabes que de nadie de los míos me olvido nunca y tú lo eres porque tu padre me lo dijo: esta es como yo -decía- ...trocito de pan que yo ya me había dado cuenta.
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