campiña ecijana

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lunes, 28 de febrero de 2022

Andaluz siempre


 

Hay cosas que no se imponen… lugar de origen

(Ejerciendo de lo que siempre fui y sin ofender a nadie)

               En estos últimos tiempos, con demasiada frecuencia, en tertulias o conversaciones donde convivo e incluso de forma esporádica en otras, al margen de participar, se escucha al nombrar los pueblos o lugares de origen de cada uno, la muletilla adosada de alguna aversión o antipatía con poco acierto a estas mismas zonas donde nos encontramos, se ha puesto “de moda” …  mal asunto, esto, aunque uno lo piense no es recomendable, los trapos sucios se lavan en casa; algo de contrariedad me insta a morderme la lengua y me digo ¡Cállate que es mejor! Pero pienso, porque no lo puedo evitar.

              ¿Ahora? ¿Después de una vida viviendo lo mismo y cuando las cosas pintan bastos, te acuerdas de “lo tuyo” y quieres reprochar hipócritamente, con saña y despecho por encima de donde mismo sembraste con la savia que traías? ¿O te echas abajo del caballo ganador al que apostabas, antes de que te tire, cuando al fin descubres que no era tan superior a los demás y encima no te reconoce como jinete?

         Memoria de aquellos tiempos algo lejanos del 63, en plena “onda expansiva” de lo que fuera una expulsión programada o consentida, donde buena parte de la gente del sur salimos de manera “infeliz” disparados como salva de fogueo (no era una guerra en serio… ¡Bendito sea el Señor!)  hacia estas y otras partes del norte, donde fuimos recibidos “amistosamente” …  ¡Qué lástima!  ¡Allá cada uno donde caiga!

        A mí el lugar que la “providencia” me había reservado sería un pueblecito al sur de la capital catalana, en el bajo Llobregat, un refugio pagado con penas y eternos agradecimientos, los mismos que hoy, tantísimos años después, me da la sensación de no haberlos liquidado. No era exclusivo mi caso, con pocas diferencias sería el mismo que los demás, si bien, al ser población pequeña, algo aislada de masas y donde lo autóctono predominaba por economía y posición social, era más visible cierto “dominio o superioridad”, mal disimulada (la hipocresía en forma de educados modales era lo común) y que al margen de hacer su particular “agosto” con tanta desdicha como venía aflorando y cuya raíz no fuera otra, o la primordial, que el eterno apego de los poderosos para con estos del norte especialmente; se lucieron de lo lindo y sin tapujos exigieron genuflexiones a cambio de un modus vivendi (el bocadillo) el que al fin y al cabo nos era vital. De peores fiestas veníamos y la necesidad imperiosa que a veces da ceguera, junto a la crónica ignorancia impuesta, nos puso de comparsa o coro al “montaje” de lo que aquí, desde tiempos muy atrás, se daba.

       Siempre me viene a la memoria la extrañeza que me causaba el sentirme algo aislado, me veía solo…  todos eran de aquí y yo de fuera; me pusieron nada más llegar el “alias” o sobrenombre de “sevillano”, por el que casi sesenta años después muchos de aquellos niños, hoy abuelos, me siguen nombrando. Se reían con “mis cosas” y, mis comportamientos eran “vistos” enseguida; mi acento, costumbres y expresiones o constantes referencias a mi tierra, además de llamarles la atención, llegado el momento lo usaban también como punto donde las afiladas flechas de los niños con su “malicia” apuntaban. ¿De dónde eran ellos si hablaban la lengua mía? Con el tiempo, poquito a poco me fui enterando que la mayoría no eran de aquí.

       Superada la primera etapa, cuando a los doce años recién cumplidos me incorporé al mundo del trabajo, del que no me separé hasta bien cumplida la edad del retiro, dieron comienzo: contrastes, choques y también avenencias en otros ambientes donde “las maneras” de un niño, de forma violenta era arrastrada a un mundo de granujerías y picardía de mayores, con la desventaja de la edad. Exigían por las buenas o por las malas (alguna torta o patada en el culo sin contemplaciones había en el repertorio) resultados y comportamientos impropios de un niño y a ello, a todo meter hubo que adaptarse, te enseñaron más de malo que de bueno, aunque los que lo hicieron bien, calaron hasta lo más hondo y a ellos nunca los olvido. Los demás, con cierta impotencia y mucho de indiferencia… en el fondo me apenan.

      A modo y manera de machamartillo pretendieron siempre (y siguen) imponerte ciertos criterios innecesarios y ofensivos para una convivencia, basado en el eterno agradecimiento debido (vuelta la cabra al trigo) junto a la renuncia y el olvido de lo tuyo propio, como manera de auto proclamarse en ombligos del mundo. No hacía falta ni hace, esas formas son destructivas y todo aquello que por presión se introduce saldrá disparado arrastrando hacia fuera cuanto le pertenece y si de paso pilla algo más…  también. De todo aquello queda un poquito de amargura y un sentimiento de rabia e incomprensión, contra el que era y es difícil presentar batalla; con el tiempo, el “enemigo” a batir, estaría plagado con bastante de tu propia gente, las mismas que al no saber a quién o dónde pertenecen, andan frente a ti dispuestos a lo que sea con tal de hacerte ver lo que ni ellos mismos entienden, por pesado y por no ceder en la defensa a ultranza de tus razones, pero hoy, por encima de todo, me invitan a sacar la banderita verde y blanca que llevo por dentro desde que nací… 

Montero Bermudo

En el día que dicen de mi tierra…   para mí lo son todos.  2022

 

 

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