campiña ecijana

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miércoles, 18 de marzo de 2020

Quiero volver a mi niñez




Quiero volver a ser niño con piojos.
     Enclaustrado en mi salón, dándole vueltas a la cabeza y mirando los pajarillos que se acercan por mi ventana, intento distraerme, lo mejor que puedo para adaptarme a las circunstancias; con la propuesta personal de que esto, además, será pasajero, sin excluir al mismo tiempo que a uno se le vengan épocas pasadas a la memoria haciendo comparaciones…     A la vista y oída de tantas conversaciones sobre infecciones, virus, contagios, vacunas, aseos y limpiezas, así como de hospitales, ambulatorios, médicos, enfermeros…  dudas y preguntas se me amontonan y muchas veces los interrogantes se cubren con otras preguntas ¿Por qué?
     En mi época de niño, cuando por el tipo de vida que llevábamos o por tantas deficiencias en las que concurríamos…   los piojos, las pulgas, las chinches, las pupas, las infecciones, la falta de agua corriente…   la miseria presente por cualquier rincón y pasados tanto tiempo, cuando dejando el grifo abierto como si eso fuese interminable y “revolcándose” uno a diario en jabones, geles, colonias, champuses… todo lo malo se repite y vuelve de nuevo, continúa apareciendo, pero hasta con peor cara y por distinto camino.
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     A la botica del Salón me llevaba mi madre después de salir del Instituto, cuando se encontraba en el rinconcito de Puerta Osuna y con el papelito que D. Antonio Morales le daba para la penicilina, jarabes y cosas por el estilo; en forma de inyecciones, sobre todo… de estas no me olvido, lo que pasa es que no me apetece ni apuntarlo. Luego Pepillo Laguna allá por la calle Avendaño se encargaría de hacerme pasar los peores momentos de todo este asunto.
     El camino desde casa al “mataero” de los médicos y sobre todo una vez ya encarada la calle que iba hacia Capuchinos con Puerta Osuna al fondo, era desesperante. Ni el mitin interminable de mi madre: “una surtana, galletas de coco, un “durse” bien grande en La Canana … un bartolito, un trompo…  te compro, te compro…”   ni la mano cogida con las mismas ganas que el freno de la bicicleta al borde de un barranco, llevándome de reata y de medio lado, eran suficiente para dar con mi visto bueno (yo sabía a donde iba y el resultado) alguna que otra vez había que recurrir incluso, a cambiar el tono de voz, como si yo fuera sordo o al chantaje de:” D. Antonio, además de mandarte que te pinche, no te va a dar la cucharilla de palo de mirarte la garganta, porque se lo voy a decir yo… “     
       Aunque hace ya un montón de años lo recuerdo con bastante claridad, máxime estos días que “la cosa” anda revuelta y se pasea uno por la memoria revisando temas y tiempos pasados; los que no eran tan buenos ni bonitos como a veces los pintamos, pero claro: la edad, la esperanza, la inconsciencia…   quizás lo ponga en el listado de los deseos más apremiantes.
     Aún y así y a la vista del resultado de todo…     ¡Quiero ser niño!  Quiero volver a mis pupas en las rodillas, a mis sandalias llenas de barro cuando volvía de un día ajetreado en el campo con mis cabras, a mis calzonas salpicadas, cuando no llenas de cagarrutas de cabras. Quiero encontrarme de nuevo con mi abuelo en el corral con las manitas cogidas detrás de la cintura observando como ardía el picón y esperando el momento de apagarlo para meterlo en los sacos. Quiero volver, si hace falta, a los piojos negros y grandes como “cochinitas” que mi madre o algunas de mis tías me quitaba en el melonar; prefiero las pupas en las rodillas y en los codos por los porrazos y golpes que luego se infectaban al “amparo” de tanta inmundicia, cochambre o mugre y la “aportación” del estiércol por el corral de casa…   toda aquella época de poca salubridad, carencias o miserias era menos peligrosa y menos preocupante, porque el expuesto a contagio directo era yo y aunque fuese malo, el dolor era por mi y de alguna manera dependía de la propia superación y entendimiento, pero esto de ahora me duele en el alma por tantos y tantos por los que no puedo hacer nada y además con la plena seguridad de que andamos “vendidos” y al capricho  de lo que no sé quién, quieran hacer con nosotros.
Montero Bermudo.
Rodeado de pamplinas, aquí en mi claustro. 18 de marzo de 2.020

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