campiña ecijana

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miércoles, 31 de octubre de 2018

Lluvia de otoño


Otoño y llueve.
          Después de toda una noche de agua, sigue lloviendo; salimos tempranito y en el mismo filo del rebate de la puerta, hizo pipi mi Lola, subimos como las balas sacudiéndonos y aquí andamos sentados mirando a través de la ventana. Cae agua, afloja y aprieta de nuevo,  pero no escampa y mientras a nosotros nos distrae cuanto se mueve fuera, al otro lado de los cristales los bracitos de mis macetas chorrean sobre los tiestos cuanto les llueve; salpica con fuerza sobre la baranda y se moja también un descolorido lazo que fue amarillo en una de las ventanas de frente a la mía y que pasado tanto tiempo, además de la razón, perdió hasta el tono; dos o tres banderas “incordiantes”  con parecido desgaste e igual porfía, chorrean agua también repartidas por otros balcones y penden de sus barandas luchando más por aclarar el color y el significado de cuando se pusieron, que por las razones peregrinas que fueron colocadas.
         Un mirlo nervioso e inquieto huye de la débil vegetación y se escabulle donde puede mientras busca el sustento, envidiando tal vez a estos que, al lado de mi balcón, andan presos colgados de una puntilla en sus jaulas y piteando junto a sus comederos; lo de él será transitorio, los demás morirán en su condena sin haber sobrevolado más allá de los alambritos o rejas, de donde este “amante de los animales y la naturaleza” los tiene como recochineo para su capricho ¡Valiente torpe! Vuela libre y de entre las ramas de la celinda, una ramita de no más de medio metro que le comprara en el pueblo, mi mujer a la vecina y que después de unos años, multiplicada en numerosas ramas, se eleva ya por encima de los tapiales que dividen los patios bajos; marcha en “griterío” hasta una yuca inmensa donde no encuentra “posada” entre sus puntiagudas hojas…  se va, se pierde, el sonido del agua que golpea todo cuanto compone mi balcón y la ventana, más la distancia que interpone con las prisas marchándose, me priva de verlo y escucharlo. Ya vendrá, este lo conozco y anda de continuo por estos patios.
          Mi Lola y yo, con los ojos curiosos e infantiles, aunque tengamos nuestros años, miramos la bruma que forma el abundante chaparrón y arrimamos las narices a los cristales, medio empañados ya, para disfrutar de la película que la naturaleza nos ofrece…   se escuchan voces desde la cocina…  la “jefa”, los cristales, el agua, las manos…   ¿Luego haber quien limpia los cristales, con tanto manoseo? Se rompió la magia, ya no vemos llover, miramos los cristales de la ventana y en su reflejo solo vemos malas caras…
Montero Bermudo.
Víspera de todos los Santos y lloviendo, 2.018
          

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