campiña ecijana

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domingo, 8 de julio de 2018

Los calores de la siesta


De aquellas horas de siesta

          Con el culillo y la gurrinilla fuera, descalzos y encurichates pasábamos las horas de más calor entre el zaguán y el patio de casa los más chiquitines, niños y niñas todos revueltos y jugueteando con el poquito de agua que nos ponían las madres y vecinas en un baño de lata galvanizada; los más grandecitos con cualquier harapo tapaban con disimulo las “vergüenzas” y pare usted de contar, esas eran las siestas de mi casa y la de tantos como nosotros, o parecidas. Eran tiempos de “otro mundo” según piensan muchos de ahora, que ni aún siendo mayorcitos les tocó vivir aquello y que por ello dan muchas veces como “peliculeo” de gente mayor y rancia, atrasada y cateta que cuenta batallitas con tal de sentirse alguien e identificado con algo. Bien está, luego te quieren contar hasta con detalles el descubrimiento de América y ya sabemos lo que ellos vivieron aquello.
          Entre carrerillas, zambullidas, chapuzones y culetazos sobre los trocitos de solerías más alisados, se mezclaba de vez en cuando algún picotazo de avispa, unas pocas de risotadas  o el aviso sentencioso de las madres con tirar el agua por la atarjea si volvías a tronchar algunos brazos de las plantas de las macetas; por unos segundos se hacía el silencio y cumplida la penitencia, después del suspiro contenido, continuaba el despiporre (las madres sabían que eso solo podía ser en plan de asustar, como la paga de los jubilados que amenazan ahora los políticos, a ver quien tiene aquello de quitarla, pero nosotros temíamos) entrando del patio al zaguán, saltando el rebate y poniendo el máximo cuidado con no arrimarte mucho al “purrón” del agua que junto a una maceta de esparraguera y en un rinconcito junto al pilar del arco, por lo menos en mi casa, tenía mi madre como si fuera en un altar y allí, sobre un plato que recogía el “sudor” del mismo, se mantenía siempre lleno y con el mismo respeto que al viejo de la casa, solo faltaba santiguarse al pasar delante de él como al cruzar por la puerta de Sta. Cruz.
          Era tradición, cultura, obligación (no tenías otras posibilidades) y por supuesto necesidad de alivio porque la canícula necesitaba de un antídoto y no había otro mejor al alcance. Recuerdos de siestas que ni ahora con todo el poderío del “aparato del aire” se equipara; aquello era otra cosa (y la edad claro). Sobre una parte del patio, cuando no se llegaba para todo, colgaban las vecinas a modo de vela (ahora los modernos dicen toldos… mecagonlalesssshe que hasta el vocabulario propio les parece feo) unas sábanas viejas o colchas para tapar algo el sol; chorreones de tierra de las macetas por las paredes del salpiqueo, desconchones repellados en las “bajeras” y manchurrones hinchados y amarillentos de salitre sobre los arriates donde sembrados cogían fuerza los sampedros, la celinda y la yerbabuena; gorriones asfixiaditos por los aleros de los tejados resistían como nosotros mientras “charlaban” (nunca entendí lo que decían, pero se que hablaban entre ellos) unas cuantas de avispas hacían la ronda por entre las hojas de la parra vigilando las uvas maduras y una voz cantarina y a lo lejos…  muy lejos, se iba acercando poco a poco hasta hacernos llegar su pregón con más nitidez Helaerooooooo, yastaquí el helaero, al rico helado niño, mantecado helado, tirase al suelo que yastaqui el helaero…   más o menos, como si lo estuviera escuchando. No siempre salía el número en el sorteo y muchas veces lo escuchábamos alejarse sin catarlo, pero quedaba la promesa para el día siguiente.
          Se hacía la digestión, aminoraba el bochorno y mientras los últimos o más “viciosos” salían del agua con los labios amoratados, algunos resoplaban sobre la solería como angelitos lacios de sueño y del trajín…  pasado el rato, los mayores iban recogiendo bártulos, secando y vistiendo a los retrasados, más abriendo puertas “tormundo” a la calle. A piola, la tanga, saltar o al aro y ellas, con sus averiguaciones lavando en la pila o “peleándose” en la cocina con los avíos de la comida, continuaban de forma perenne.
Montero Bermudo.
S. Juan Despí, 8 de julio de 2.018

2 comentarios:

  1. ¿Porqué nos han hecho olvidar que vivir en comunidad, compartir, es lo que nos ha catapultado a los humanos a tener ese puntito de supremacía sobre algúnos habitantes de este planeta? Nos estamos barbarizando con tanto individualismo. Nos llamamos como una sociedad moderna pero el paso es hacia atras.

    Lo único que echo de menos de mi infancia era la falta de posibles que teniamos el 90% del gentío, eso sí, matrícula de honor en humanidad y modernidad.

    Cañatero!!Un abrazo y que seas feliz.

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  2. Cuando a un niño chiquito le regalas una bolsa de caramelos, luego de darle un sin fin de vueltas te la ofrece para que se la abras (él no puede con esas modernidades del envoltorio) y con todo el cariño del mundo accedes para seguir ofreciéndole tus mejores deseos y que pueda disfrutarlo. Una vez la libertad de uso en sus manos, le pides que te de uno y casi generalmente o no quiere o lo hace con poco gusto y sobre todo sin deseos... el egoísmo es innato en el ser humano desde que aparece a la luz y ya desde ese momento necesita de un tratamiento: la educación. Todo lo demás, va con la inercia. Un saludo, gracias y mi deseo para que tu seas feliz también, seas quien seas.

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