campiña ecijana

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miércoles, 18 de abril de 2018

Unos días de relajación

Volver a casa, un lujo.

Las tejas morunas que cubren los tejados de mi casa, sobre los canalones dispuestos bajo el alero, van vertiendo el agua que recogen de la lluvia y las ramitas con sus semillas o flores de variopintas hierbecitas, entre las que destacan por su abundancia los jaramagos, el viento las empuja junto al polvo y a la tierra que se remueve en la intemperie, todo revuelto, es arrastrado por bajantes y esparcidos en el aire, más poquito a poco, va bajando hasta cubrir en abundancia la espigada solería de ladrillos que conforma el suelo de mi patio. El calor del estío hará otro resto quemando cualquier mata que quede de vegetación y entre la brisa otoñal y el hurgar de gorriones, echaran al suelo cuanto sea, hasta completar esa alfombra que suena a lugar deshabitado y que me encuentro al abrir la puerta cuando llego.
Demasiado tiempo hacía ahora que no venía por mi casa y tras el paso de veranos e inviernos con sus inclemencias y en los que puso énfasis este último con su lluviosa primavera, me ofreció a la llegada una visión o “panorama”, donde la “plena naturaleza” hacía gala sin restricciones ni cortapisas. A decir verdad: algo incómodo es encontrarse todo ello, después de muchas horas al volante por esas carreteras, cruzando buena parte del territorio patrio hasta llegar y tener que recoger tanto, aunque en el fondo hay algo de poético e íntimo en el encuentro y ello tiene su precio. Una mirada alrededor, un contenido suspiro de satisfacción y un saludo con el gesto y la mirada complaciente hacia los encalados y desconchados muros, puertas, barandas y a todo lo que rodea el interior de “mi Yuste” como retiro y de manera señalada, a esos pajarillos que saltan, pitean o cantan y revolotean entre el “herbazal del barbecho”, saludándome también con la mirada y aceptándome con toda naturalidad lo mismo que a otro más; como a las dos o tres parejas de golondrinas que en “modo rayo” cruzan el patio bajando y subiendo del cielo mientras controlan sus nidos adosados por rincones de la casa, la que también es suya y sin inmutarse con mi presencia, aunque me observen.
Han sido unos días muy relajantes, dedicados a la “meditación” y al encuentro con uno mismo en una estancia, por fin, con algo más de libertad. Ya no habría, como siempre, un lunes agobiante y de tráfico intenso en el que recorrer ese penoso camino de regreso; la reciente jubilación permite planificar las cosas y los tiempos de otra manera.
Limitado al máximo el “aireo” por hermandades y lugares de concurrencias masivas, he preferido estar más a solas en casa haciendo limpiezas y pintando algunos rincones que acumulaban retrasos; paseitos con mi perrita y desayunos con mi niña, los días que vino o con mi primo Ramón que se lo tenía prometido.
He podido disfrutar de la tranquilidad a campo abierto en algunos paseos y comer bien ventilado en la terracita de La Venta del Rey, mirando los trigos y garrotes de olivos nuevos; dando largas y libertad a mi Lola por verla saltar. Almodóvar del Rio con su castillo fue visita gustosamente cumplimentada y en Posadas, pueblo de nacimiento de mi amigo Francisco Hidalgo y del que recientemente repasé cuanto pude de su historia con los datos que este “flamenco maleno” me aportó, nos ofrecieron un buen tapeo y refrigerio que sirvió como estupendo almuerzo en una tranquila esquina, donde no se percataron ni tuvieron en cuenta que éramos de Écija ¡Qué bonito! Cuando todo resulta tan natural, es un placer.
Campanas de Santa Cruz, como “Diana floreada” cuando el amanecer es reciente y me envían de su bronce lo más selecto de su sonido. Alegres y apresurados toques suenan en Las Florentinas que como dulce estribillo amenizan el despertar; llaman a contento y a rezar, a dar gracias y a la labor del día y en el aire de mi aposento se funde la cotidianidad, la música y el canto de golondrinas... solo me falta llorar.
¡Despierta que empieza el día! Hasta he podido escuchar: de los pájaros, de las flores, del tañer de las campanas, de mi canina Dolores y la alegría “renová”
Montero Bermudo
Primavera de 2.018

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