campiña ecijana

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lunes, 5 de junio de 2017

Mi Lola y sus cosas


Mi Lola, yo  y las contradiciones


          Al final de la correa que entre su cuello y mis manos la sujetan,  expresa mi Lola su rebeldía, ahí pelea y disfruta luchando en un tira y afloja por deshacerse de cualquier tipo de “ataeros”, ligaduras y sujeciones, las que además de entretenimiento, le supone una lucha o excusa por  andar más allá de donde unos  escasos metros  de distancia conmigo le permite. Misterios de la vida que incitan y animan  a pensar en ese sueño que todo ser vivo añora o necesita: libertad

          ¿Dónde se encuentra?  ¿Cuál es la medida, porción o parcela?  ¿Quién tiene esa potestad de repartir, ordenar, permitir…?

          Mi Lola me provoca tirando con todas sus fuerzas hacia adelante, apretando contra el suelo sus patas, agachando el lomo, con la lengua en un mete y saca continuo buscando oxígeno y con el cuello en tensión hasta cansarme el brazo.  De izquierda a derecha y cuando se le ocurre me cambia la dirección y gira en redondo cogiendo el camino contrario siguiendo algún rastro descubierto…  ¡Lolaaaa!  ¿Qué pasa humía?  Me llevas loco, deja ya de tirar que voy a terminar nadando a brazas por el camino  ¿Dónde vas con tanta prisa? Hay veces que más que un paseo libramos un combate, a todo quiere llegar pronto y con exigencia, cualquier cosa sin cortedad la mira y con descaro; le da igual el camino que tomemos, aunque algo más le tira el campo, es ahí en contacto con la tierra y con las plantas donde descubre ella su hábitat…  los cinco años cumplidos que tiene de edad y mi  constante observación, me han hecho ver algunas de sus “maneras”.   

          En cuanto me es posible y las circunstancias lo permiten ¡Lolaaaa, para!  ¡Párate aquí! Y le suelto el pestillo que al final de la correa sujeta el collar…    como un resorte  sale disparada dando botes de alegría unos metros más de los que hasta ahora teníamos negociados, para volver enseguida junto a mí y resolver su disfrute no más allá de la misma distancia de que hasta ahora disponía, dándose la curiosidad de que no siempre la sobre pasa.

         ¿Y ahora por  qué no se va donde aparentemente pretendía?  ¿Quién la sujeta o se lo prohíbe si le di largas? ¿Le da miedo alejarse de quien la lleva, de quien la acompaña, le habla, le da juego o la entretiene?  ¿Ya no aspira a perderse corriendo donde la cortedad de la correa no le permitía? Es algo que compruebo muchas veces porque me llama la atención; cuando la llevo sujeta insiste en ir tensa a todo lo que de  la largura de la correa y cuando va suelta anda más pegada a mí.

          El tirano soy yo, que la he mentalizado a que permanezca junto a mí, proporcionándole lo indispensable para su sustento a cambio de mis caprichos con ella y mi distracción. La cargué de miedos si se alejaba, rectificando su conducta a la fuerza y con engaños con tal de domeñarla y sometiéndola a mis creencias en forma de vida, porque desde el principio me erigí en su dueño y con un grado de superioridad e inteligencia sobre ella…    ¿Quién me da a mí esos razonamientos y ese juicio?  Creo que no soy justo, algo me dice que solo soy responsable de que tenga lo que yo mismo deseo: libertad;  la “invité” a mis dominios por conveniencia y solo soy el anfitrión obligado a los mejores tratos. Nobleza obliga.

          En el mundo somos muchos los que sujetos al collar andamos solo hasta la largura de la correa, ya se han encargado: los poderosos, los políticos y los gobernantes en adueñarse de cualquier dominio y entre miedos y palos, andamos entretenidos en esa pelea diaria y a la búsqueda de que se rompa el gancho con el que nos sujetan; lástima que  muchas veces cuando nos “sueltan”  del terreno de la esclavitud donde andamos “amaestrados”,  nos da miedo despegarnos.

Montero Bermudo.

Un día cualquiera de junio de 2.017, viendo las noticias por la tele.

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