De mi Pregón al Costalero.
A
la hora convenida, como un clavo me encontraba con mi faja y mi costal en la
preciosa portada que da acceso a esa iglesia
Monumento Artístico, que es Santiago, con los arreos de brega bajo el brazo apoyada la espalda sobre un
trozo de ese aporte que hizo Estepa
a la historia de tanta fábrica en esta bendita Écija, recorriendo con la
mirada la barrera que circunda a esa cruz de Camposanto, otrora en el lugar
donde nos fajamos y con la mente puesta en el compromiso y la palabra dada,
esperando la llegada de mi primo y de su compañero que me llevarían al nombrado
patio donde fui presentado al “Turronero”
como cariñosamente le llamaban al capataz…
“bien, bien, muy bien, haremos algunas
chicotaítas” me
dijo de manera afectuosa aquel hombre: alegre y animoso que andaba al frente (y
sigue) de ese puñado de almas que formaban su cuadrilla.
Prácticamente no me saldría en
todo el recorrido y al final del mismo,
en la puerta antes de entrar, donde me
tocaba dejar el sitio a otro, se escuchó por las trabajaderas de alrededor
de la mía: “el mastín
no se sale, que esto está muy malo y aquí hace falta gente que meta riñones” así que entró el de remuda y poniéndonos prácticamente de lado porque no cabíamos
bajo el palo, entramos por aquella puerta bajo los arcos y
cruzando el patio abrazados por la cintura, pegando resoplidos como la válvula
de una olla exprés, mientras alrededor del
pilón de la fuente, dejábamos casi a ras
de suelo los setos de los arriates de las flores.
A veces sucederá que no encuentras porque se escapa, escurridiza
como peces entre manos mojadas, esa fuerza que a ti te sobra y que en ocasiones
sin darte cuenta le da un quiebro la picardía al corazón y como jugando al
escondite la buscas desesperado sin saber dónde se habrá metido. Una mano
fuerte, firme y con decisión te rodeará la cintura y apretando contra sí te
llevará en volandas… ¡¡Vamos parriba!!
¡Questo no es na! Es tu amigo, tu hermano, tu compañero de
fatigas y de trabajadera que te siente y no consiente que te quedes atrás;
ahora te ha tocado a ti, posiblemente ya repuesto y animado, alguna “chicotá” más adelante lo harás tú con el del otro lado.
El corazón de esta
gente joven hace de vez en cuando estas
jugarretas, no entiende de ahorros ni reservas, se entrega sin
contemplaciones y a manos llenas, todo lo que da le parece poco… irán aprendiendo con el paso del tiempo y sabrán
regular guardando siempre ese restito o “cartuchito” de energía que le será demandado en las últimas
“chicotás”, en las dificultades de la puerta al final del recorrido o quizás
por ese novato, hecho todo corazón al que habrá que socorrer.
… Cuando
aquel día bajamos el paso en su
sitio ya dentro de Santiago, después de
tan sorpresiva y tremenda experiencia en aquel lugar de encantamiento, como
flotando en un mundo irreal donde
soñando y despierto andaba la quimera,
extasiado y falto de resuello quedé un instante de rodillas, con los
brazos estirados y sin soltar la trabajadera buscando el aire necesario
siquiera para seguir vivo y con una idea ya concebida y muy concreta: mientras
me dejen y las fuerzas me lo permitan, yo no me separo de este sitio ni de esta
gente; le di las gracias a la Virgen que arriba estaba y me salí como pude y
hacen los novatos: rodando y casi arrastrándome por el suelo; la miré
intensamente satisfecho y agradecido, pretendiendo con ello transmitirle muy en
serio mis deseos para el año siguiente, yo en esto no gasto bromas y le “robé” una flor como recuerdo para mi señora que esperaba
impaciente a ver en qué quedaba todo aquello.
Metido
en ese mundo ahí debajo, se ven imágenes que cada uno sabrá guardar en su alma
como reliquia para los restos, imágenes que enseñan, que transmiten humanidad y
compañerismo, que marcan y que quedará en la memoria del que sepa verlas como
enseñanza…
…He
visto cómo y con qué entrega se ayuda en el esfuerzo al compañero, con el
cariño que se le arregla el costal al que no sabe por dónde meterle manos, cómo
se llora por el que desgraciadamente se ha ido, cómo se reza, cómo se aprietan
los dientes y se clavan las uñas de rabia en la trabajadera donde te agarras
para explotar si hiciese falta, porque esta “levantá” va por la madre o el
padre de uno de los nuestros que este
año ya no está, y a ti, que ya te faltan también los tuyos, no te importará
partirte en dos si fuese necesario acordándote de ellos y la cara chorreando de
lágrimas de ese padre que da el costal como testigo colocándoselo al hijo y
reír, reír a carcajadas sujetándose las quijadas con una mano y los mocos de un
sorbetón mientras el más capaz de contenerse intenta ponerse serio y con un
aviso por su parte mitiga por momentos el descoloque:
“Señoreeees,
por favor, que se escucha todo desde fuera.”
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