¡¡Écija despierta!!
La bella Astigi cual
Ninfa Oceánica en el lecho de su hermoso valle y junto al río, donde suaves
lomas que a modo de almenas de castillo encantado la rodean y custodian.
Enclavada sobre el solar donde la “veteranía romana” labró con piedras el
vasto camino de la grandeza y la libertad, donde la impronta de una
cultura inmensa, refinada y exquisita subida
de África llegó para quedarse y donde tanta
nobleza surgida de lo más hondo del suelo patrio dio alcurnia y abolengo a su
existencia.
La que en estos
tiempos de tanto acopio en el intelecto, anda a la brega coleccionando su
propio “álbum”, ese que nunca aparece quien lo completa y, repetidos hasta la
saciedad aparecen otros que ya no valen
ni para el cambio; defensores de falsas modernidades que no son tales y a los
que alguien tendrá que ponerle veto y apartarlos de este “juego a la casita” en
el que andamos inmersos.
Reposa casi dormida,
como una Princesa de cuento a la espera
de ese beso principesco que la saque del letargo y que como mal de ojo, castigo
o maldición, postrada la tiene sin dar tregua a que se exprese como siempre lo
hizo y mientras llegue ese Príncipe esperado para salvarla, porque no es
posible que tal belleza, rica en historia como ninguna y acaudalada de ilustres
hijos, siga por tiempo solo morada por esta ingente ocupación de parásitos que
hoy, más que habitarla la asolan...
El Valle donde se emplazara
la Écija y sus anteriores enclaves humanos que llegaron hasta nosotros y que
posiblemente ya brotara con raíces hasta en el Cenozoico o Era Terciaria ¡Qué
sé yo! enclavada o asentada sobre ese
punto donde el hombre encontró caminos y medios como la agricultura, la
ganadería o la pesca para dejar de ser nómadas y establecerse de un modo casi
estable, donde el Viejo Síngilis discurriera con sudor y llanto desde unas
cumbres blancas tocando el Cielo allá en lo alto del pedestal más hermoso e
impresionante que nos dejara la Orogenia Alpina del Mesozoico en el
sur de la Hispania.
Tierra fertilísima
regada por Él y que como Cuerno de la Abundancia fuera vertiendo con el oro de
sus regadíos todo cuanto es posible
aspirar por una tierra. Aquí dormida anda, porque el designio de su fortuna la
dejó hace ya algún tiempo en manos de esa “plaga” que todo lo destruye y no
construye, por esa “peste” de desinformados
a voluntad, que en su ignorancia solo buscan el fácil ordeño de una ubre
mal nutrida a la que ni llevan a pastar.
Écija cuna del sol y
de tantos como te engrandecieron, de tierra exuberante que dio a los suyos
riqueza infinita, que no regateó en naturales prendas impartiendo a raudales su “Eterna Luz”, “Bendecida Agua” e infinitos frutos, te
mereces que te quieran y no con moderación, pues quererte como un loco y no
caer en la demencia sería hasta más razonable. En ese estado es en el que aquí
ando, como otros muchos que repartidos por esos mundos te sueñan, enamoradito
hasta las trancas y a la espera en estos días y ahora sí, con el habitual
nerviosismo cuando la fecha se aproxima para volvernos a encontrar.
Será en esta, tal
vez por las circunstancias algo especial, porque los amigos me citan como a
patio de vecinos, en esa corrala que son
hermandades de los cofrades, a que les
cuente algo de lo vivido, de lo que siento, de lo que veo, de lo que sueño… y por aquello de la vanidad que junto al hombre
anida, innegable, nobleza obliga.
Montero
Bermudo, “Costalero de Écija”
16 de enero de 2.015
16 de enero de 2.015
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