El Otoño y un paseo.
Extendida bajo mis pies como una
alfombra a lo Gustav Klimt, las hojas
caídas de los árboles cubren el suelo de este precioso camino por donde discurre el paseo mañanero de un
domingo de otoño, el de hoy, y del que junto a mi inseparable Lola voy
disfrutando del paisaje en esta fresca, que no fría mañana, entre verdes
alimonados, ocres, tostados, rojizos, amarillos viejos y oxidados oros.
Mientras los pajarillos cantan por
los alrededores de donde discurrimos, mi perra juega y al sorteo va cogiendo
hojas con su boquita y las levanta para que yo las vea, va contenta olfateando y
saltando y se fija allá donde le suenan
ruidos imperceptibles para mí, pero no a su portentosa capacidad auditiva (se
entera de todo) persiguiendo a la carrera inesperada toda aquella que el suave
viento de algún recodo en el camino mueve y desplaza y yo me río complaciente y
cómplice con ella, le amplío el territorio de juego dándole con una ramita que a modo de “garrote
cabrero” llevo ¡Ay! Lo gravado de chico que surge sin
pretenderlo, la cabra tira al monte se dice en estos casos, aunque habría que
decir el cabrero en esta ocasión y se las levanto con la rama y con el pie y
ella me las trae y se las lleva en cuanto pretendo cogerla…
Bajo el precioso dosel de unos “tintineantes” árboles discurre nuestra
ida, la imagen de “El beso” aquel portentoso cuadro que pintara el simbolista austriaco me acompaña y el peculiar
tono de su paleta en mis mezcladas cavilaciones, se confunde con los colores y
los matices que dividen el paisaje en infinidad de luminosos destellos, con las
“risas” y saltitos de mi Lola que satisfecha de la aventura me contagia y hace
soñar.
En su mayoría a medio poblar, las
ramas de los árboles me ofrecen un precioso abanico de colores otoñales con sus hojas, aunque alguno de la parte adentro de
propiedades, andan pelados como quintos por la poda que les dieron y me
descubren a la vista un cielo de finísimo gris plata y hasta algo
azulón y la suave bruma, cual velo de novia en altar, entre los troncos que al
fondo queda, me permite ver a través algo más allá por su delgadez y envuelto
en esa atmósfera reconstituyente y sanadora, alumbrada de indescifrable
claridad discurre para nosotros este suspiro de vida natural que no por
cotidiano deja de sorprendernos y mi
Lola, sabedora ella de mi satisfacción se relaja y restriega por el pantalón
como buscando ofrecer de manera más cercana y notoria información sobre su
contento.
Andado más o menos lo previsto, cumplidas las
necesidades fisiológicas y de esparcimiento de mi perrita, tomamos el camino a
la inversa acompañado, ahora sí, de unas pequeñísimas gotitas que nos vuelven a
alegrar y nos arrean, que no molestan, porque son una bendición y bautizo al
momento vivido… ¡Qué nos mojamos
Lolita! ¡Vamos a por el café que es
hora!
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