Mis vecinos de Cañatos
Siguiendo con las cosas de mi
barrio, recordaba yo aquí y ahora otra de las travesuras de mi vecino “El del
plomillaso” y lo cuento aquí por entender que entre familia me hallo.
Su padre terminó por llevárselo
al campo, buscándole una colocación como pudo allá en el cortijo donde faenaba.
Lo colocó de porquero y con ello además de quitarlo de Cañatos y de la casa que
ya era un grito constante puesto en el Cielo, como además se le había pasado la
edad del colegio y apedreando perros no era buen negocio, allí por lo menos se ganaría el pan y quedaría apartado de los
males previsibles en algarabías y revueltas con personal afín a sus maneras,
que en Cañatos se vendían barato.
Los cochinos a fuerza de
paciencia, porque de cabezones lo son, terminaron acostumbrándose a su
presencia he hicieron buenas migas aceptándolo como otro más, a diarios iba y
venía por barbechos y rastrojos permitiendo que la piara osara sobre el terreno comiendo y triturando
cuanto pudiesen mientras él indagaba el terreno: buscando nidos para
encenderlos, marcando números con un tizón en el culo de los verracos o
amarrando juntos tres o cuatro por el rabo, rompiendo a pedradas las tasillas de los postes de luz o
llenando de pencas de chumberas el camino, lo que fuera con tal de no estarse quieto.
En sus careos por aquellos campos llegó a conocer a una muchacha, vecina de una
casilla no muy lejana del cortijo, de estas que dicen falta de un hervor y que
cuidaba una piara de pavos. La tonta, que portaba como es de rigor una caña larga con su trapito colorao
en la punta, como única herramienta para
el dominio de aquellas mocosas aves, aparecía por los alrededores del cortijo
donde se veía con el mendas de Cañatos, buscando el “calor” de la amistad y el
entretenimiento. A base de mucho
encuentro entablaron cierta amistad y le daban distracción al tiempo usando su
media lengua, aun y así ellos se entendían,
platicando a todo trapo.
Uno de aquellos días con la primavera
en puertas, empezaron a tontear y entre risitas y cariñosos manotazos la cosa
se puso a “tente bonete” no pudiendo “La
Pavera” ni “El del plomillaso” dominar
la situación, dando con sus cuerpos en medio de un sembrado de habas, donde a
revuelcas y babosos bocados, dejaron aquel sembrado como de haber hecho picón y
pasó lo que pasó. Los cochinos distraídos en sus guarradas ni se inmutaron y
los pavos a moco tendido reían viéndolas venir.
No pasó demasiado tiempo cuando
de forma estrepitosa y como si le hubiese picado un bicho, entró por las
puertas del cortijo la mamá de la susodicha. Allí “ardió Troya” y como
buenamente pudieron: los gañanes, manijeros, yegüeros, aperaor y demás inquilinos contuvieron a la fiera evitando echara el
cortijo al suelo. La cigüeña visitaría a la tonta, no era seguro cuando, pero
vendría y allá se las compusiera. No hubo acuerdo en la reyerta y todo terminaría aclarándose en la calle La
Marquesa.
Mientras su señoría pacientemente
desde el estrado aguantaba el tirón, la de Cañatos puesta en pie gesticulando y
dando guantadas al aire y a todo lo que se le pusiese por medio defendía la
inocencia del niñato, la casera
arremetía a manotazos y a bocados contra
todo defendiendo la honra de la infeliz y demandando reparación al agravio, junto a ellas, la una miraba al techo haciendo bolillas y el
otro puesto de medio lado observaba por la ventana la luz del día temiendo no
verla más. En un momento del acaloramiento y viendo que no le quedaban más
recursos en la defensa de su vástago, la de Cañatos se arremangó y pegándole un
tirón de los calzones al mocito le
enseñaba al de la toga la pilila encogida y asustada… ¿Conehto ze cree uhté que la hessssho mi niño eza bartola? A lo que la tonta que del todo no lo era, sin
sacarse el dedo de la nariz y viendo alguna variación o cambio en lo que allí
salía a la luz respondía: no, no, coneza no, que zaque la que tenía ener jabá.
Montero Bermudo.
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