campiña ecijana

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martes, 14 de octubre de 2014

Mis vecinos de Cañatos


Mis vecinos de Cañatos


 

Siguiendo con las cosas de mi barrio, recordaba yo aquí y ahora otra de las travesuras de mi vecino “El del plomillaso” y lo cuento aquí por entender que entre familia me hallo.

Su padre terminó por llevárselo al campo, buscándole una colocación como pudo allá en el cortijo donde faenaba. Lo colocó de porquero y con ello además de quitarlo de Cañatos y de la casa que ya era un grito constante puesto en el Cielo, como además se le había pasado la edad del colegio y apedreando perros no era buen negocio, allí por lo menos  se ganaría el pan y quedaría apartado de los males previsibles en algarabías y revueltas con personal afín a sus maneras, que en Cañatos se vendían barato.

Los cochinos a fuerza de paciencia, porque de cabezones lo son, terminaron acostumbrándose a su presencia he hicieron buenas migas aceptándolo como otro más, a diarios iba y venía por barbechos y rastrojos permitiendo que la piara  osara sobre el terreno comiendo y triturando cuanto pudiesen  mientras él  indagaba el terreno: buscando nidos para encenderlos, marcando números con un tizón en el culo de los verracos o amarrando juntos tres o cuatro por el rabo,  rompiendo  a pedradas las tasillas de los postes de luz o llenando de pencas de chumberas el camino,  lo que fuera con tal de no estarse quieto.

 En sus careos por aquellos campos  llegó a conocer a una muchacha, vecina de una casilla no muy lejana del cortijo, de estas que dicen falta de un hervor y que cuidaba una piara de pavos. La tonta, que portaba como es  de rigor una caña larga con su trapito colorao en la punta, como única  herramienta para el dominio de aquellas mocosas aves, aparecía por los alrededores del cortijo donde se veía con el mendas de Cañatos, buscando el “calor” de la amistad y el entretenimiento.  A base de mucho encuentro entablaron cierta amistad y le daban distracción al tiempo usando su media lengua, aun y así ellos se entendían,  platicando a todo trapo.

Uno de aquellos días con la primavera en puertas, empezaron a tontear y entre risitas y cariñosos manotazos la cosa se puso a “tente bonete” no pudiendo  “La Pavera” ni  “El del plomillaso” dominar la situación, dando con sus cuerpos en medio de un sembrado de habas, donde a revuelcas y babosos bocados, dejaron aquel sembrado como de haber hecho picón y pasó lo que pasó. Los cochinos distraídos en sus guarradas ni se inmutaron y los pavos a moco tendido reían viéndolas venir.

No pasó demasiado tiempo cuando de forma estrepitosa y como si le hubiese picado un bicho, entró por las puertas del cortijo la mamá de la susodicha. Allí “ardió Troya” y como buenamente pudieron: los gañanes, manijeros, yegüeros, aperaor  y demás inquilinos  contuvieron a la fiera evitando echara el cortijo al suelo. La cigüeña visitaría a la tonta, no era seguro cuando, pero vendría y allá se las compusiera. No hubo acuerdo en la reyerta  y todo terminaría aclarándose en la calle La Marquesa.

Mientras su señoría pacientemente desde el estrado aguantaba el tirón, la de Cañatos puesta en pie gesticulando y dando guantadas al aire y a todo lo que se le pusiese por medio defendía la inocencia del niñato,  la casera arremetía  a manotazos y a bocados contra todo defendiendo la honra de la infeliz  y demandando reparación al agravio,  junto a ellas,  la una miraba al techo haciendo bolillas y el otro puesto de medio lado observaba por la ventana la luz del día temiendo no verla más. En un momento del acaloramiento y viendo que no le quedaban más recursos en la defensa de su vástago, la de Cañatos se arremangó y pegándole un tirón de los calzones  al mocito le enseñaba al de la toga la pilila encogida y asustada…    ¿Conehto ze cree uhté que la hessssho  mi niño eza bartola?  A lo que la tonta que del todo no lo era, sin sacarse el dedo de la nariz y viendo alguna variación o cambio en lo que allí salía a la luz respondía: no, no, coneza no, que zaque la que tenía ener jabá.  

 

Montero Bermudo.

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