campiña ecijana

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domingo, 12 de octubre de 2014

Cosillas de Cañatos


Cosillas de Cañatos


 

A veces me entretengo en contar cosas de mi barrio y algunos, por incrédulos piensan que son exageraciones mías o visiones en broma, ocurrencias… 

En la casa de vecinos donde me crie, allá en Cañatos, entre tantos de los que convivíamos había un “perla” algo mayorcito que yo, que cuando “no estaba encerrado, lo buscaban”. Recuerdo una vez que con toda  la calor de un mes de julio, a la hora de la siesta para más inri, se fue con otro compañero  de la calle Barrasa, “Gamo” al hombro camino de donde fuera, con tal de inventarse algo que diera riendas suelta a sus ansias por multiplicarse. Tomaron  para la plaza de toros y se fueron más allá de “Los Azules” y de la Almazara, cuesta arriba por donde  la polvera del agua en lo que entonces comprendía la carretera vieja de Sevilla, allí bajo los algarrobos se pasaron la mitad de la siesta con la escopeta de plomillos echada sobre el hombro y el cachete sobre la culata, apuntando hacia arriba bizqueando un ojo, la boca en sentido  vertical y medio  abierta con el labio de arriba en forma de hoz , cabestro de babas barriga abajo hasta la portañuela …   hasta que se le durmieron los músculos  del cuello de la tirantez, esperando apareciera por cualquier rama pájaro alguno, cosa que no sucedió y seguramente porque alguien les avisó cuando los vio llegar; de todas maneras los animales tienen un sentido especial de prevenir el peligro y andarían por La Venta el Rey, por lo menos. Allí los únicos pájaros que rondaban eran ellos y al final, hartitos de mirar cara arriba, se pusieron nerviosos terminando a tiros entre ellos mismos y con tan mala fortuna que en uno de ellos se alcanzaron, aunque solo fue un poco, cosa rara de todas formas porque malos de puntería lo eran, pero esta vez hubo suerte y aunque no del todo a mi vecino le dio el compañero de fatigas un plomillaso por el filo de la oreja abriéndosela en dos, cosa que se la dejara como andan algunas cabras con sus marcas y pillándole un nervio de resvalín en el lateral de la cabeza y que por mor de ello desde entonces le daban como unos ataques epilépticos, sin llegar del todo a ello, pero molestoso y que le hacían de vez en cuando salir riendo sin tener porqué  y la boca se le torcía algo cuando hablaba, así como el ojo de esa parte que le lloraba de constante y hacía guiños intermitentes, el habla no le afectó aunque ya de por sí mal hablado lo era. No le pudieron sacar el balín por miedo a que fuese peor y de vez en cuando  el plomo se le movía de tal forma que le daban como unos calambres dejándole paralizado el  semblante por momentos y con los ventanillos de la nariz de frente, cosa que  le afeaba  he incluso servía de guasa en el vecindario llegando a ser conocido como “El lechón del plomillaso”.

En la Casa de Socorro lo atendieron haciendo lo mejor que se pudo y ya D. Antonio le dijo a la madre que había tenido mala suerte, cosa que no entendió, por muy de Cañatos que fuera y que el niño, con sus defectillos, seguiría con una vida normal, cosa que tampoco supo interpretar  la pobre, pero que la vida sigue…  y como dice aquel: no pasó nada.
                                                                                                                                   Montero Bermudo.

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