campiña ecijana

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lunes, 27 de octubre de 2014

La Caperucita roja, una niña muy especial


La Caperucita roja, una niña muy especial


 

Había una vez una niña: muy bonita,  morenita ella y de cutis “agitanadillo”,  con los ojos grandes y redondos como boca  de taza de café solo,  con unas  pestañas que en barrera de toros eran dos abanicos y con unos caracolillos o bucles en el pelo, que más que tirabuzones  podrían pasar por farolillos de feria, con una boquita de piñón y una gracia general que sonaba música en sus movimientos y además su madre tenía ese don y gracejo natural de saber darle el toque preciosista que tienen las madres para vestir a sus féminas criaturas y le hacía ropita y lazos al pelo con flores, alfileres, pasadores y todo tipo de adornos…    le había hecho un abriguito de paño  en forma de  capa para los días de fresco con su capucha o caperuza  y en un color rojo fresa que le quedaba monísimo con el del pelo; la niña presumida como todas  las criaturas de esta  edad, recogía por doquier los piropos  y cucamonas del vecindario y se veía guapísimamente vestida de aquella guisa, por lo que no había forma en el mundo de quitarle el  terno aquel,  dando pie la situación para que al final fuese  reconocida en el lugar  como “La Caperucita roja”.

Un día de otoño, como el de  ahora, cuando las juguetonas hojas  de los árboles pueblan el suelo en overbooking para mosqueo y fastidio  de los barrenderos del ayuntamiento y cuando el tío de las castañas en cualquier esquina, como una algarroba encogido  junto a las ascuas del anafe, va rajando con la de Albacete ese sugestivo fruto antes de echarlo en el agujereado puchero de barro, le dijo su madre a la Caperucita:

Tienes que acercarte a casa de tu abuela que sé que no anda bien, lleva días con sus achaques y además desde que se puso la vacuna antigripal le ha dado algo de fiebre y se lo pasa del sofá a la cama; seguramente lo tendrá todo manga por hombro y sin recoger, le faltarán cosas en la nevera y quizás tabaco, que no debe pero sigue fumando. Llévale estas tortas y molletes de la Conchi, este poquito de miel de Apilore,  una graná, dos moniatos y el paquetito de Wiston y le recoges lo que puedas que ya iré yo en otro momento, que no se ponga a la corriente y que no fume en la cama que cualquier día saldrá ardiendo.   

No te distraigas por el camino - le dijo la madre a Caperucita -  ni te entretengas  en  recoger majoletas, bellotas ni chominás de esas que luego ya sabes que se te queda el culo asustado y no ganamos para laxantes, ten cuidado por el bosque que siempre hay peligro al acecho.

Salió la niña como una bala, con el cestito colgado del brazo camino de la casa de su abuela, dichosa mujer que no había forma de traérsela al pueblo porque ella decía que mientras se valiera no dejaba su casa sola y allá que vivía en una casita aislada en la otra parte de un espeso bosque con los peligros y las molestias que todo aquello suponía, pero bueno, los viejos son así de cabezones.

Iba la niña brincando y zarandeando el canastito de mimbre, al son que le marcaba la musiquilla de los auriculares que sobre el coco llevaba puestos y mientras los Cuarenta Principales, con sus típicas estridencias y algarabía la distraían de otros sonidos  más ortodoxos y normales, sin que se percatara la criaturita,  le salió al paso en uno de aquellos vericuetos del camino la figura inconfundible de un tunante y astuto lobo, algo amanerado y con una expresión teatrera y por tanto no de fiar, ya que los lobos no son así y  que aquel angelito falto del más mínimo  atisbo de picardía y en su ignorancia no las vio venir.   

¡Hola Caperucitaaa!  Le dijo el bicho intentando poner la voz  de aquella de Mecano cantando “Hijo de la luna” 

¿Dónde vas  tan guapa y con el canasto? 

- Voy a llevarle a mi abuela estas tortitas de la Conchi, las granás del Currindín y el tabaco de Luisito, estos días anda la pobre malusquilla y no sale de la piltra

¿Quiere que te acompañe, tu abuela seguro que me conoce y se alegrará de que aparezcas acompañada?   Le dijo el lobo en su interés por fraguar una conversación que le diera pie al despiste de la criatura. 

¿Tú eres el lobo verdad?   Comentó  la niña mientras le echaba una miradita de arriba abajo con esa inocencia y falta de picardía de los niños de  estos tiempos.

No, no,  que va, yo soy un señor de pelo largo y que ando estos días ensayando y  preparando el disfraz para cuando llegue el Carnaval 

 - Pues hay que tener ganas hijo, falta la tira todavía para eso,  bueno, de todas maneras no te arrimes demasiado que el olor a lobo que llevas me mosquea y no me fío ni de mi sombra.

El lobo al tiempo que le daba carrete a la niña y le sacaba datos de la abuela, la casa y demás,  no fiándose demasiado de unos pocos de leñadores que por la zona andaban en su quehaceres, se mantenía  a raya como podía dándose lametones él mismo e iba maquinando por dónde meterle mano al tema, al final se le encendió la bombilla y con la leche del juego y las bromitas le dijo a Caperucita:

Oye niña  ¿Nos separamos y tú te vas por ahí por ese camino y yo por este a ver quién llega antes a la casa de tu abuela?  Caperucita que a estas altura de lo que muchos pensaran que es un cuento, nada más lejos,  ya andaba como un pavo por Pascuas, pensó que aunque era algo más largo  por donde le señalaba para ella, sería por lo menos una excusa para que el “muermazo” del animal la dejara tranquila.  

- ¡Vale cansaliebres!  Tira para allá y el que llegue primero que espere.

El lobo arribó antes y llamando a la puerta de la abuela, como ésta se pensó que era la nieta y estando enterrá en la cama  sin fuerzas ni para un peo, le dijo:

 - Levanta el pestillito y entra humía, que ando aquí en el cuarto arropá.

El tuno del lobo, que viendo como le había salido de bien el truco, se cogía las babas a almorzadas y dándose lengüetazos de una oreja a otra se arrimó al camastro de la vieja con tanto ímpetu y avaricia que de un bocado se la tragó prácticamente entera.

Sin perder ni un segundo, el tiempo cuando uno anda de caza apremia de lo lindo, cogió del ropero  un viejo camisón más algún que otro harapo de la anciana y se precipitó bajo la manta en la cama y allí se dispuso a terminar con la mayor de las tragedias para aquella criaturita.

-  Agüelaaaa, agüelaaaa,  se escuchó como gritaba al llegar La Caperucita con un timbre agudo y molestoso  que hasta el lobo se cagó en tó, tapándose la cabeza cuando la escuchaba

 - Soy yo, Caperucita  ¿Dónde estás?   A lo que  una voz como a lo lejos, ronca y deformada, saliendo  con dificultad por las rendijas de la ventana le contestaba:

-  Passsa, levanta el pestillito y entra que no me puedo mover con la leche de la vacuna, la artrosis, el reuma  y el dichoso achaque del corazón.

Como el mármol se quedó al abrir la puerta del cuarto y verle la cara a la anciana. 

- ¿Tu eres mi abuela?  Le preguntó  la niña presa del asombro que le causaba aquella imagen;      - Si, si, decía el muy canalla asintiendo con la cabeza, sin sacar de debajo de la manta nada más que medio morro y con el gorrito calado hasta tapar lo que podía de las orejas, mientras  apretando la boca solo dejaba  salir un hilillo de  voz entre los dientes  intentando que colara la farsa y que  Caperucita se acercara más al lecho.

- No sé, que quieres que te diga, yo te veo fatal… ¿Y cómo es que tienes esos ojos tan grandes?

- Para verte mejor.

- ¿Y las orejas tan  exageradas?

- Para escucharte mejor.

- ¿Y la boca  tan…?

Y ya el lobo no pudo más y sin esperar a que el cuento o lo que esto sea, diera sus pautas, saltó como un rayo boca abierta de la cama sobre la niña y esta que lo vio venir, porque ya hacía rato que se estaba haciendo la tonta, pero que andaba al acecho, lo recibió canasto en mano dándole un viaje con toda la mala leche que pudo contra la porra de la nariz y del primer estacazo cayó medio inconsciente en el suelo, lo que Caperucita aprovechó y se lio con él: pin, pam, pin, pam, pin, pam,  por aquí, por allá, paró un momento, tomó aire  y se lio otra vez: pin, pam, pin, pam, pin pam, por aquí otra vez, por allá…   hora y tres cuartos dándole palos, hasta que los leñadores y un cazador que ya se iban de recogida escucharon el tropel  y los “gritos” desgarradores del lobo dentro de la casa y acudieron a todo meter.

Allí se encontraron a Caperucita con un palo en cada mano al “estilo ametralladora” y dando vueltas como una reolina, como las locas sin freno ni atención alguna a razones y al lobo hecho un guiñapo, de rodillas llorando desconsoladamente, pidiendo clemencia, con las orejas lacias, el rabo tronchado por varias partes, de pelo ya más bien escaso…  por favor, por favor,  pedía lastimoso cuando vio entrar al personal, sacarme de aquí que esta niña está loca y termina conmigo, ahí debajo de la cama dejé a  la abuela con cinta de carrocero en la boca porque no pude mascarla de dura que está. Ya no lo haré más, ya no lo haré más, ya no lo haré más...

 

Montero Bermudo.

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