La Caperucita roja, una niña muy especial
Había una vez una niña: muy
bonita, morenita ella y de cutis
“agitanadillo”, con los ojos grandes y
redondos como boca de taza de café solo,
con unas pestañas que en barrera de toros eran dos
abanicos y con unos caracolillos o bucles en el pelo, que más que tirabuzones podrían pasar por farolillos de feria, con una
boquita de piñón y una gracia general que sonaba música en sus movimientos y
además su madre tenía ese don y gracejo natural de saber darle el toque
preciosista que tienen las madres para vestir a sus féminas criaturas y le
hacía ropita y lazos al pelo con flores, alfileres, pasadores y todo tipo de adornos…
le había hecho un abriguito de paño en forma de
capa para los días de fresco con su capucha o caperuza y en un color rojo fresa que le quedaba monísimo
con el del pelo; la niña presumida como todas las criaturas de esta edad, recogía por doquier los piropos y cucamonas del vecindario y se veía
guapísimamente vestida de aquella guisa, por lo que no había forma en el mundo de
quitarle el terno aquel, dando pie la situación para que al final fuese
reconocida en el lugar como “La Caperucita roja”.
Un día de otoño, como el de
ahora, cuando las juguetonas hojas de los árboles pueblan el suelo en overbooking
para mosqueo y fastidio de los
barrenderos del ayuntamiento y cuando el tío de las castañas en cualquier
esquina, como una algarroba encogido junto a las ascuas del anafe, va rajando con
la de Albacete ese sugestivo fruto antes de echarlo en el agujereado puchero de
barro, le dijo su madre a la Caperucita:
Tienes que acercarte a casa
de tu abuela que sé que no anda bien, lleva días con sus achaques y además
desde que se puso la vacuna antigripal le ha dado algo de fiebre y se lo pasa
del sofá a la cama; seguramente lo tendrá todo manga por hombro y sin recoger,
le faltarán cosas en la nevera y quizás tabaco, que no debe pero sigue fumando.
Llévale estas tortas y molletes de la Conchi, este poquito de miel de Apilore, una graná, dos moniatos y el paquetito de
Wiston y le recoges lo que puedas que ya iré yo en otro momento, que no se
ponga a la corriente y que no fume en la cama que cualquier día saldrá
ardiendo.
No te distraigas por el
camino - le dijo la madre a Caperucita - ni
te entretengas en recoger majoletas, bellotas ni chominás de
esas que luego ya sabes que se te queda el culo asustado y no ganamos para
laxantes, ten cuidado por el bosque que siempre hay peligro al acecho.
Salió la niña como una
bala, con el cestito colgado del brazo camino de la casa de su abuela, dichosa
mujer que no había forma de traérsela al pueblo porque ella decía que mientras
se valiera no dejaba su casa sola y allá que vivía en una casita aislada en la
otra parte de un espeso bosque con los peligros y las molestias que todo
aquello suponía, pero bueno, los viejos son así de cabezones.
Iba la niña brincando y
zarandeando el canastito de mimbre, al son que le marcaba la musiquilla de los
auriculares que sobre el coco llevaba puestos y mientras los Cuarenta
Principales, con sus típicas estridencias y algarabía la distraían de otros
sonidos más ortodoxos y normales, sin
que se percatara la criaturita, le salió
al paso en uno de aquellos vericuetos del camino la figura inconfundible de un tunante
y astuto lobo, algo amanerado y con una expresión teatrera y por tanto no de
fiar, ya que los lobos no son así y que
aquel angelito falto del más mínimo atisbo
de picardía y en su ignorancia no las vio venir.
¡Hola Caperucitaaa! Le dijo el bicho intentando poner la voz de aquella de Mecano cantando “Hijo de la
luna”
¿Dónde vas tan guapa y con el canasto?
- Voy a llevarle a mi
abuela estas tortitas de la Conchi, las granás del Currindín y el tabaco de Luisito,
estos días anda la pobre malusquilla y no sale de la piltra
¿Quiere que te acompañe, tu
abuela seguro que me conoce y se alegrará de que aparezcas acompañada? Le dijo el lobo en su interés por fraguar
una conversación que le diera pie al despiste de la criatura.
¿Tú eres el lobo verdad? Comentó
la niña mientras le echaba una miradita
de arriba abajo con esa inocencia y falta de picardía de los niños de estos tiempos.
No, no, que va, yo soy un señor de pelo largo y que
ando estos días ensayando y preparando
el disfraz para cuando llegue el Carnaval
- Pues hay que tener ganas hijo, falta la tira
todavía para eso, bueno, de todas
maneras no te arrimes demasiado que el olor a lobo que llevas me mosquea y no
me fío ni de mi sombra.
El lobo al tiempo que le
daba carrete a la niña y le sacaba datos de la abuela, la casa y demás, no fiándose demasiado de unos pocos de
leñadores que por la zona andaban en su quehaceres, se mantenía a raya como podía dándose lametones él mismo
e iba maquinando por dónde meterle mano al tema, al final se le encendió la
bombilla y con la leche del juego y las bromitas le dijo a Caperucita:
Oye niña ¿Nos separamos y tú te vas por ahí por ese
camino y yo por este a ver quién llega antes a la casa de tu abuela? Caperucita que a estas altura de lo que muchos
pensaran que es un cuento, nada más lejos, ya andaba como un pavo por Pascuas, pensó que
aunque era algo más largo por donde le
señalaba para ella, sería por lo menos una excusa para que el “muermazo” del
animal la dejara tranquila.
- ¡Vale cansaliebres! Tira para allá y el que llegue primero que
espere.
El lobo arribó antes y
llamando a la puerta de la abuela, como ésta se pensó que era la nieta y
estando enterrá en la cama sin fuerzas
ni para un peo, le dijo:
- Levanta el pestillito y entra humía, que
ando aquí en el cuarto arropá.
El tuno del lobo, que
viendo como le había salido de bien el truco, se cogía las babas a almorzadas y
dándose lengüetazos de una oreja a otra se arrimó al camastro de la vieja con
tanto ímpetu y avaricia que de un bocado se la tragó prácticamente entera.
Sin perder ni un segundo,
el tiempo cuando uno anda de caza apremia de lo lindo, cogió del ropero un viejo camisón más algún que otro harapo de
la anciana y se precipitó bajo la manta en la cama y allí se dispuso a terminar
con la mayor de las tragedias para aquella criaturita.
- Agüelaaaa, agüelaaaa, se escuchó como gritaba al llegar La
Caperucita con un timbre agudo y molestoso
que hasta el lobo se cagó en tó, tapándose la cabeza cuando la escuchaba
- Soy yo, Caperucita ¿Dónde estás? A lo que una voz como a lo lejos, ronca y deformada,
saliendo con dificultad por las rendijas
de la ventana le contestaba:
- Passsa, levanta el pestillito y entra que no
me puedo mover con la leche de la vacuna, la artrosis, el reuma y el dichoso achaque del corazón.
Como el mármol se quedó al
abrir la puerta del cuarto y verle la cara a la anciana.
- ¿Tu eres mi abuela? Le preguntó la niña presa del asombro que le causaba
aquella imagen; - Si, si, decía el muy canalla asintiendo
con la cabeza, sin sacar de debajo de la manta nada más que medio morro y con
el gorrito calado hasta tapar lo que podía de las orejas, mientras apretando la boca solo dejaba salir un hilillo de voz entre los dientes intentando que colara la farsa y que Caperucita se acercara más al lecho.
- No sé, que quieres que te
diga, yo te veo fatal… ¿Y cómo es que tienes esos ojos tan grandes?
- Para verte mejor.
- ¿Y las orejas tan exageradas?
- Para escucharte mejor.
- ¿Y la boca tan…?
Y ya el lobo no pudo más y
sin esperar a que el cuento o lo que esto sea, diera sus pautas, saltó como un
rayo boca abierta de la cama sobre la niña y esta que lo vio venir, porque ya
hacía rato que se estaba haciendo la tonta, pero que andaba al acecho, lo
recibió canasto en mano dándole un viaje con toda la mala leche que pudo contra
la porra de la nariz y del primer estacazo cayó medio inconsciente en el suelo,
lo que Caperucita aprovechó y se lio con él: pin, pam, pin, pam, pin, pam, por aquí, por allá, paró un momento, tomó
aire y se lio otra vez: pin, pam, pin,
pam, pin pam, por aquí otra vez, por allá…
hora y tres cuartos dándole palos, hasta que los leñadores y un cazador
que ya se iban de recogida escucharon el tropel y los “gritos” desgarradores del lobo dentro
de la casa y acudieron a todo meter.
Allí se encontraron a
Caperucita con un palo en cada mano al “estilo ametralladora” y dando vueltas
como una reolina, como las locas sin freno ni atención alguna a razones y al
lobo hecho un guiñapo, de rodillas llorando desconsoladamente, pidiendo
clemencia, con las orejas lacias, el rabo tronchado por varias partes, de pelo
ya más bien escaso… por favor, por
favor, pedía lastimoso cuando vio entrar
al personal, sacarme de aquí que esta niña está loca y termina conmigo, ahí
debajo de la cama dejé a la abuela con
cinta de carrocero en la boca porque no pude mascarla de dura que está. Ya no
lo haré más, ya no lo haré más, ya no lo haré más...
Montero Bermudo.
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