campiña ecijana

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viernes, 31 de octubre de 2014

Caperucita Roja, una niña muy especial (2ª parte)


Caperucita Roja, una niña muy especial   (2ª parte)


 

Habíamos dejado el  cuento en casa de la abuela de Caperucita con  el Lobo Feroz llorando desconsoladamente y hecho una piltrafa  y a la Caperucita con un ataque de histeria. Situación que no llegó a males mayores, gracias a la rápida intervención  de aquellos leñadores y cazador que jugándose el tipo se interpusieron entre la niña y lo que iba quedando del lobo.

… Uno por aquí otro por allá, que si déjalo, que dame el palo, niña no seas bruta, no ahí no más que te lo cargas… consiguieron reducirla y mientras uno le quitaba a la abuela las pegatinas de la boca, los demás acudieron al lobo temiéndose ya fuera tarde;  parece que respira dijo uno, si, si, se escucha como llorar bajito y a lo lejos aseveró otro, lo enderezaron en el suelo, le hicieron suavemente unas fricciones o masajes sobre el pecho, le arrimaron un vasito de agua  y poquito a poco vino en sí el animal.

La abuela una vez le dejaron la boca libre, por poco no hay que volver a tapársela, pues la buena señora no entraba en razones ni comprendía que aquello formaba parte de un cuento viejísimo, en el que ella era comida por el “perráncano” de turno y que aquí no hay tío páseme usted el río. Al final aceptó su papel, a regañadientes, pero tragó y se recompuso algo la situación.

 - ¡El susto que me ha pegado el desgraciado ese del lobo!  que por poco me mata…

Decía la abuela mientras sacudía las enaguas  y  se arreglaba un poco las horquillas del moño, continuando después en la   búsqueda de las babuchas y la dentadura postiza  que andaban a retortero, vaya usted a saber por dónde.

- Si me pilla a mí más joven, me cago en la leche que le dieron, lo apaño yo a este.

- Seguía refunfuñando, sin poderlo remediar.

-  ¡Sra. por favor!    - Se lamentaba el Lobo articulando con mucha dificultad las palabras –

- ¡Cállese un poquito!  Que entre el laneo  que me ha dado su nieta y la vergüenza que estoy pasando, con el lugar que me ha dejado el cuentista, ya no sé qué me duele más.

La abuela, que se encontraba en culo en pompa cogiendo los dientes de debajo de la cama, le echó una mirada de soslayo  y llena de enojo al tiempo de levantarse y se  dispuso con los demás personajes del cuento a seguir con la trama. Tranquilizó a la nieta  con una infusión de tila y otros mejunjes (cosas de viejos de pueblo, pero que a veces da resultado)   que le hizo tomar junto a una cucharadita de agua del Carmen, para rematar.

El Lobo, que normalmente termina su papel en esta historia muy mal parado, aquí iba a tener mejor salida, los tiempos han cambiado mucho desde que  al autor del cuento se le ocurriera esta historia, ya nada es igual y ahora la justicia al que apoya es al granuja, pero bueno no nos metamos en camisas de once varas y mantengámonos lo más fiel posible a las tradiciones, contando el cuento, como siempre han sido los cuentos,  que yo para eso soy  muy conservador y además esto son temas de niños y por tanto especiales. Eso sí  ¡cuidado! Y si hay que retocar algo, mejor hacerlo  que ahora  por la más mínima te meten mano si le haces daño a cualquier animal y sobre todo  si es  un perro  ¡úúúúú!  Se te cae el pelo.

Llamaron a la Sociedad protectora de animales y en son de buena armonía y paz, hicieron la vista gorda y en un ten con ten se quedó aquello;  lo tuyo por lo mío, si tú no demandas yo  me estoy quieto, más porrazos pillé yo… total terminaron haciendo votos de una buena amistad.

Con todo el cuidado del mundo peinaron con lo que le quedó al lobo de pelos, le untaron como si fuera una tostada una especie de Thrombocid  Forte especial para lobos, le entablillaron el rabo y a las orejas le colocaron una funda, la lengua con una goma de pollo se la sujetaron para que no la perdiera…   allí se hizo lo que buenamente se pudo.

Y como siempre han terminado los cuentos: colorín, col…  bueno o lo que es lo mismo:

 - ¿Tú tienes wasap?

Le preguntó Caperucita al Lobo.

- No, no ves que yo soy salvaje y con estas manos no puedo ni apuntar los números ni mucho menos darle al teclado.

– Bueno, ya te enseñaré yo y verás lo fácil que es, todo es ponerse. De esa forma podremos mantener contacto y mandarnos fotos.

El cazador y los leñadores, así como la abuela se miraban el uno al otro y no salían de su asombro.

- ¡La leche que han mamado!  Hay que ver, hay que ver, lo pronto que se han entendido estos dos  y hace nada por poco  nos comemos.

- Decía la abuela, seguida de una interminable retahíla de improperios y demás “piropos” que por ser esto un cuento de niños, no es propio que yo lo diga.

 

Montero Bermudo.

 

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