Caperucita Roja, una niña muy especial (2ª parte)
Habíamos dejado el cuento en casa de la abuela de Caperucita
con el Lobo Feroz llorando
desconsoladamente y hecho una piltrafa y
a la Caperucita con un ataque de histeria. Situación que no llegó a males
mayores, gracias a la rápida intervención
de aquellos leñadores y cazador que jugándose el tipo se interpusieron
entre la niña y lo que iba quedando del lobo.
… Uno por aquí otro por allá, que
si déjalo, que dame el palo, niña no seas bruta, no ahí no más que te lo
cargas… consiguieron reducirla y mientras uno le quitaba a la abuela las
pegatinas de la boca, los demás acudieron al lobo temiéndose ya fuera tarde; parece que respira dijo uno, si, si, se
escucha como llorar bajito y a lo lejos aseveró otro, lo enderezaron en el
suelo, le hicieron suavemente unas fricciones o masajes sobre el pecho, le
arrimaron un vasito de agua y poquito a
poco vino en sí el animal.
La abuela una vez le dejaron la
boca libre, por poco no hay que volver a tapársela, pues la buena señora no
entraba en razones ni comprendía que aquello formaba parte de un cuento
viejísimo, en el que ella era comida por el “perráncano” de turno y que aquí no
hay tío páseme usted el río. Al final aceptó su papel, a regañadientes, pero
tragó y se recompuso algo la situación.
- ¡El susto que me ha pegado el desgraciado
ese del lobo! que por poco me mata…
Decía la abuela mientras sacudía
las enaguas y se arreglaba un poco las horquillas del moño,
continuando después en la búsqueda de
las babuchas y la dentadura postiza que
andaban a retortero, vaya usted a saber por dónde.
- Si me pilla a mí más joven, me
cago en la leche que le dieron, lo apaño yo a este.
- Seguía refunfuñando, sin
poderlo remediar.
- ¡Sra. por favor! - Se lamentaba el Lobo articulando con
mucha dificultad las palabras –
- ¡Cállese un poquito! Que entre el laneo que me ha dado su nieta y la vergüenza que estoy
pasando, con el lugar que me ha dejado el cuentista, ya no sé qué me duele más.
La abuela, que se encontraba en
culo en pompa cogiendo los dientes de debajo de la cama, le echó una mirada de
soslayo y llena de enojo al tiempo de
levantarse y se dispuso con los demás
personajes del cuento a seguir con la trama. Tranquilizó a la nieta con una infusión de tila y otros mejunjes
(cosas de viejos de pueblo, pero que a veces da resultado) que le
hizo tomar junto a una cucharadita de agua del Carmen, para rematar.
El Lobo, que normalmente termina
su papel en esta historia muy mal parado, aquí iba a tener mejor salida, los
tiempos han cambiado mucho desde que al autor
del cuento se le ocurriera esta historia, ya nada es igual y ahora la justicia
al que apoya es al granuja, pero bueno no nos metamos en camisas de once varas y
mantengámonos lo más fiel posible a las tradiciones, contando el cuento, como
siempre han sido los cuentos, que yo
para eso soy muy conservador y además
esto son temas de niños y por tanto especiales. Eso sí ¡cuidado! Y si hay que retocar algo, mejor
hacerlo que ahora por la más mínima te meten mano si le haces
daño a cualquier animal y sobre todo si
es un perro ¡úúúúú! Se te cae el pelo.
Llamaron a la Sociedad protectora
de animales y en son de buena armonía y paz, hicieron la vista gorda y en un
ten con ten se quedó aquello; lo tuyo
por lo mío, si tú no demandas yo me
estoy quieto, más porrazos pillé yo… total terminaron haciendo votos de una
buena amistad.
Con todo el cuidado del mundo
peinaron con lo que le quedó al lobo de pelos, le untaron como si fuera una
tostada una especie de Thrombocid Forte
especial para lobos, le entablillaron el rabo y a las orejas le colocaron una
funda, la lengua con una goma de pollo se la sujetaron para que no la perdiera… allí se hizo lo que buenamente se pudo.
Y como siempre han terminado los
cuentos: colorín, col… bueno o lo que es
lo mismo:
- ¿Tú tienes wasap?
Le preguntó Caperucita al Lobo.
- No, no ves que yo soy salvaje y
con estas manos no puedo ni apuntar los números ni mucho menos darle al
teclado.
– Bueno, ya te enseñaré yo y
verás lo fácil que es, todo es ponerse. De esa forma podremos mantener contacto y mandarnos
fotos.
El cazador y los leñadores, así
como la abuela se miraban el uno al otro y no salían de su asombro.
- ¡La leche que han mamado! Hay que ver, hay que ver, lo pronto que se han
entendido estos dos y hace nada por
poco nos comemos.
- Decía la abuela, seguida de una
interminable retahíla de improperios y demás “piropos” que por ser esto un
cuento de niños, no es propio que yo lo diga.
Montero Bermudo.
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