Ella y el tiempo que ocupan mi memoria
…“Puente
de Hierro”, modernidad en arquitectura que en su día construyeran los “Talleres
de Eiffel” y que acortaron distancias salvando un Genil que la memoria me trae.
Ahí quedó para el olvido, como símbolo de un momento que en mi historia
retratara la amargura de un desahucio; puentecito de hierros en las afueras del
pueblo por donde el río cruzaba y que adulteraron en plata para el “enemigo que
huía”. Vado interminable de aventureros con ansias que, entre la verde arboleda
canjeaban la visión y más allá de aquella orilla donde aumentara la
frustración, tornaría en “maravilla” el color de la opresión… y un “jamón”.
Caminito cuesta arriba y en zigzag entre
olivares, sobre dos hilos de acero que fue base de lanzamiento y como “sobras
vulgares” emigramos con desaliento… Senda que pisé al salir, más tieso que la
mojama, con la camisita puesta sin que al pellejo me tocara. Atrás quedaba: mi
pueblo, mi gente, la talega, mi perro, mis cabras y junto a ello la mitad del
alma… que también se quedaba. A cuestas con mi bagaje, que era renta con “guita
amarrada” todo mi atalaje y repleta la retentiva… atestada, más, no entraba. Insólita
reflexión mientras todo lo observaba y a mi alrededor, una banda sonora esparciendo
al viento un confuso guirigay que fue todo un desconcierto: laberinto entre charlas,
suspiros, lamentos … y hasta risas y cantos,
para aflojar los nervios. Allí juntito a una ventana como un centinela atento,
todo lo veía pasar, hasta colarse por la tronera donde inquieto miraba, un humito
entre gris y negro a juego con las circunstancias. Picaban los ojos, enturbiaba
la mirada, todo lo teñía y hasta la arboleda temerosa buscando lo que yo dejaba,
hacia atrás corría. Con los ramajes estirados a prisa me saludaban y yo, yo uno
a uno los “tocaba” y entre el zarandeo les decía adiós, mientras ellos con su
meneo alteraban mi compostura dificultando mi arqueo.
Miraba a mi madre, a mis hermanos, a lo
largo del pasillo y a gente con mirada extraña… “entre visillos” y volvía atrás
con la ojeada y me equivocaba ¿Cuántos van? me preguntaba, y vencido de tanto
contar, refregaba puños sobre la cara y perdida la mirada… ya no divisaba. Con
las manitas cogidas al filo de aquella abertura, se olvidaban del asidero y los
deditos se aflojaban viendo mi desventura; el tiempo se distendía, y mientras la
vida “patas arriba” entre rastrojos y olivares, desalentada y entumecida, llena
de miserias… se iba.
Tierras de mis desvelos, las que al final
del tren por donde miraba, se iban perdiendo ¡Volveré cualquier día y ya
veremos! - me iba diciendo - y aquello no paraba, aunque iba lento, avanzaba…
como el pensamiento. Lejos ya quedaba el puente, los álamos y los tarajes del
río, las torres en la lejanía y en lo alto, cigüeñas y nidos, alrededor: muchos
de los míos, a los que ya no veía, ni la maldad del destino que por mí venía. Inocencia
de la edad que no vio las tropelías y lo que encima caía, pensaba en descargar…
en descargar y volvería. Grandeza de una niñez que confiaba la vuelta al sino y
por el mismo camino, reanudar lo entorpecido y los trenes con los que jugaba
desde el melonar sentadito, serían lo que siempre fueron: gigantes de hierro
con los que soñar.
“Entrampao” hasta las cejas, desde aquel
mismito día, aunque no le debo a nadie, ni se por qué debía; mis cavilaciones
no paran, maldita esperanza del hombre que inocente en aquellos días, se sigue
gastando de grande, de viejo más todavía y esperando justicia divina, sueña con
ello de noche… de noche y hasta de día.
Volvía la vista a los míos, la zozobra me
llevaba en vilo, cada uno en su mundo metido y por encima un control desmedido...
mi madre no descuidaba. Cogidos al fuerte asidero nos cobijaba y con la vista medio
perdida entre ideas y “su plan” ¡Sabe Dios de sus pensamientos, de ilusiones y
sufrimientos! Objetivo de entrega y
alma… su finalidad. Ella veía más que el paisaje y los olivos que pasaban, más
allá del río y los tarajes, al otro lado de las montañas su mirada, donde un
mundo en libertad, aunque condicionada, para nosotros posteridad… ella
claudicaba. Pensamiento puro, una madre nunca falla y satisfecha sonreía
¡Cuánta grandeza! más no quería.
Mi madre, de la que nunca me olvido, lo
que más me ha dolido, la que tanto quise y quiero, la que me mira seguro y sé
que anda en el cielo, ella entendió mi desconsuelo y sabe de mi dolor, de mi angustia
y desconsuelo, de mis recuerdos imborrables… y de que nunca pude darle: de
cuanto soñé… ni una parte.
Montero Bermudo.
Pensando en Ella… y en mi tierra. Mayo de 2023
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