Adiós a mis habichuelas
Se terminó lo que se daba, ya no quedan ni restos de lo que fuera el
manjar de “mi Nochebuena”. Rebañando con la cuchara y con el plato puesto casi
de canto sobre el mantel, entre suspiro y suspiro, fui dando finiquito a la
última porción de habichuelas que quedaban.
“Ya se acabaron mis alegrías, ay que penita de mi Lucero. Él
consolaba las penas mías…”
Mientras sonaban
en mis recuerdos esta letrilla tan de moda por aquellos tiempos de cuando yo
era chico, el sentido del humor nunca debe perderse, y que la “Niña de
Antequera” hiciera tan populares, iba mirando el plato y la cuchara ¡Hay que
ver! … Este año, se harían la misma cantidad, pero éramos menos y de manera
prevista, fueron al congelador distribuidas en sus recipientes adecuados.
Han ido saliendo poco a poco de la “alhacena fría” y hasta aquí dio de
sí la cosa, el año que viene más. Posiblemente unas de las mejores que me comí
nunca y eso que llevo casi setenta Pascuas con el “vicio”. Mi madre las hacía, como
nadie en el mundo, se empeñaba la pobre y con los mejores avíos que pudieran
entrar por la cocina, apañaba el “festín”; luego vendrían: las gachas, el arroz
con leche, los polvorones y lo que dieran de sí los “jhierros”. Una vez me
independice y monté mi casa, cogería el testigo mi utrerana, además de que
enseguida me faltó la que me trajo al mundo y las habichuelas pasarían a ser
“responsabilidad” suya.
Este año vendrían compradas del colmado Juncal de calle Peregrina en
Pontevedra, un rinconcito donde es posible soñar con todo aquello que hayas
perdido de vista o con lo que, por motivos de calidad-precio, se lo ponen
difícil a la mayoría de tiendas. Aquí hay de todo, hasta de lo que ya ni te
acuerdas y de la mejor calidad.
Estaban colocadas en una cesta a
granel justo casi a la entrada, con su denominación: “Fabas lorenzanas” - judías
o habichuelas - aquí nos entendemos todos y mientras dábamos con la vista y las
manos por las estanterías, buscando y cogiendo de aquí y de allá con el fin de
hacer nuestro “paquetito de Navidad” que estaba al caer… chorizo de porco celta, tocino, oreja, costillas
saladas, dulce membrillo con nueces, licor de café, anchoas, castañas “glasé”,
conservas vegetales y hasta un surtido de polvorones de La Colchona que aquí en
la otra parte del mapa no faltan; iba y venía el rabillo del ojo al canasto de las
fabas y mi cuñado Miguel, cicerone al uso, nos señaló la ocasión de probar este
año las gallegas (son de Lugo) y hemos acertado de lleno.
Normalmente salen buenas cada año, mi mujer, además de cocinera
excelente, no descuida detalle y pasa a examen cualquier componente de los
avíos, por lo que es infalible, no se equivoca, pero este año además con “las lorenzanas”,
queda el listón complicado de superar.
Esto de las tradiciones, aunque a veces queden reducidas o aisladas a un
pequeño grupo familiar, se convierten en una especie de rito a cuyo “escenario”
acuden recuerdos entrañables de toda una vida y en forma de destellos o flases
momentáneos quedará en el ambiente el deseo imaginario de alzar los brazos con
el ánimo de abrazar a todos los que fueron y ya no están; situaciones,
anécdotas, frases sueltas, expresiones y caras delimitadas por sutiles aureolas
luminosas que te atraen, te alegran o entristecen, pasarán por la mente a pesar
del mucho tiempo transcurrido desde que se fueron y cada uno tragará con su
pensamiento tal cual aparezcan, de la mejor manera que sepa.
Montero Bermudo
Recordando mis tradiciones y a la
ciudad de las camelias. 22 de enero de 2022
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