Se va la noche del Parque
de San Pablo en Écija
Por encima del murete o acitara divisoria que, a lo largo del paseo,
justo en la ribera del río, aparece la masa forestal que compone la alameda de
este antiguo y bello Parque de San Pablo y de entre: tarajes, palmeras, pinos… un viejo eucalipto, enorme y centenario, lejos
ya de aceptar estrechuras, planta cara al exterior del ajardinado recinto
dejando caer sus ramajes hacia el agua que el “Viejo Singilis” nos trae desde
Granada. La oscuridad de una noche cerrada, dificulta el descifrar las siluetas
de estos gigantes a la vista del ojo humano y de lo poco que se entre ve,
aparece envuelto en sombras: la intriga, el misterio, la emoción y el asombro
de su grandeza, la misma que aquí también nos descubre cuan inmensa es la
naturaleza. La brisa de un pre alba fresco y anunciador, anda a la greña con ese
rocío depositado sobre las hojas de un nutrido grupo de plantas en macetones,
parterres y la hierba que a ras de suelo anda brotando entre jardines. La noche
se resiste y mientras un búho, en la estrategia o cometido por aquello del
modus vivendi, desde las ramas de su escondite observa con precisión cualquier movimiento
de vecindario; el astro rey en la memoria de todo bicho viviente amenaza a no
mucho tardar tras los cerros que circundan el valle astigitano… se presiente y
lo saben, aunque aún sin vislumbrar a todas luces. La nocturna rapaza con leves
rotaciones de su cabeza, sigue al acecho a sabiendas que el tiempo apremia, ve
a la noche dando arcadas de oscuridad ante la asfixia del reloj porque a lo negro,
más pronto que tarde se ante pondrá la luz y ello, aunque normal, es sinónimo
de escape y ocultamiento para ella.
Mientras recoge intenciones disponiéndose a ocultar su figura como
finiquito a otra rutinaria jornada, por una pequeña hendidura de entre los
ladrillos que bordean unos parterres, asoma el morrito inocente de un pequeño
roedor y jugándosela a cara o cruz, obligado en todo caso por aquello del que
no come también se muere, invade sin saberlo el campo de visión de su “enemigo”
y en el juego anda el trato, pero la banca siempre gana y el búho con las de
Villa Diego y entre el pico el finado ratoncillo, se ausenta del eucalipto, de
las inmediaciones y de la noche a poco ya de que el rey del universo aparezca
dando bocados a la oscuridad por detrás del horizonte.
Desde la balconada de su refugio en el taraje colindante, una pareja de
zuritas que quisieron aislarse de palomares abarrotados en tejados de edificios
de guarda, donde la muchedumbre tiene copado el territorio, no permitiendo
cierta tranquilidad, observan el desenlace sin inmutarse, la propia existencia
y el conocimiento de leyes en la naturaleza lo tienen mejor asumido que los
humanos. Otras avecillas arracimadas en derredor contemplan el cotidiano drama
con su pechito encogido, el tamaño si importa en estas cuestiones (el pez
grande se come al chico) e inmóviles y juntas esperan al desenlace, como al día
que falta poco.
El silencio entre la arboleda gradualmente se va tornando música con el
despertar del “vecindario” y las aves desde sus ramajes de aposento se sacuden
y reorganizan preparando la jornada; una luz despampanante entre: púrpuras,
violáceos, vivos naranjas y amarillos reales se esparcen por el cielo de los
confines, por donde se pierde el camino que va a Lucena, más allá del Viso y el
candilazo o arrebol que anuncia la próxima aparición del Astro Rey queda
proyectado sobre altas nubes que esparcidas permiten la tintura natural del
universo. La fiesta está servida.
Entre la bruma matutina que envuelve la hora, algunos viandantes dan
comienzo su peregrinar por esa ruta que dicen: “…se van las grasas y el
colesterol”; desde el otro extremo del parque se adentran por el paseo
central y entre dos bellas hileras de bien cuidadas palmeras, gesticulan a lo
“Mariano Haro” imitando su esfuerzo, aunque aquí sin competencias. Van cara al Puente,
algunos a pares y otros en solitario y se perderán moviendo el esqueleto por un
rato entre arboleda y a orillas del río con la frente a Palma, tomarán oxígeno
para volver cada uno con su historia y los ánimos renovados, el día está
servido señores. Hasta la noche.
Montero Bermudo
“Día fresquito de finales de
noviembre del 21
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