Quiero volver a ser niño con
piojos.
Enclaustrado
en mi salón, dándole vueltas a la cabeza y mirando los pajarillos que se
acercan por mi ventana, intento distraerme, lo mejor que puedo para adaptarme a
las circunstancias; con la propuesta personal de que esto, además, será
pasajero, sin excluir al mismo tiempo que a uno se le vengan épocas pasadas a
la memoria haciendo comparaciones… A
la vista y oída de tantas conversaciones sobre infecciones, virus, contagios, vacunas,
aseos y limpiezas, así como de hospitales, ambulatorios, médicos,
enfermeros… dudas y preguntas se me amontonan
y muchas veces los interrogantes se cubren con otras preguntas ¿Por qué?
En mi época de niño, cuando por el tipo de
vida que llevábamos o por tantas deficiencias en las que concurríamos… los piojos, las pulgas, las chinches, las
pupas, las infecciones, la falta de agua corriente… la miseria presente por cualquier rincón y
pasados tanto tiempo, cuando dejando el grifo abierto como si eso fuese
interminable y “revolcándose” uno a diario en jabones, geles, colonias,
champuses… todo lo malo se repite y vuelve de nuevo, continúa apareciendo, pero
hasta con peor cara y por distinto camino.
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A la botica del Salón me llevaba mi madre
después de salir del Instituto, cuando se encontraba en el rinconcito de Puerta
Osuna y con el papelito que D. Antonio Morales le daba para la penicilina,
jarabes y cosas por el estilo; en forma de inyecciones, sobre todo… de estas no
me olvido, lo que pasa es que no me apetece ni apuntarlo. Luego Pepillo Laguna
allá por la calle Avendaño se encargaría de hacerme pasar los peores momentos
de todo este asunto.
El camino desde casa al “mataero” de los
médicos y sobre todo una vez ya encarada la calle que iba hacia Capuchinos con
Puerta Osuna al fondo, era desesperante. Ni el mitin interminable de mi madre: “una
surtana, galletas de coco, un “durse” bien grande en La Canana … un bartolito,
un trompo… te compro, te compro…” ni la mano cogida con las mismas ganas que
el freno de la bicicleta al borde de un barranco, llevándome de reata y de
medio lado, eran suficiente para dar con mi visto bueno (yo sabía a donde iba y
el resultado) alguna que otra vez había que recurrir incluso, a cambiar el tono
de voz, como si yo fuera sordo o al chantaje de:” D. Antonio, además de
mandarte que te pinche, no te va a dar la cucharilla de palo de mirarte la
garganta, porque se lo voy a decir yo… “
Aunque
hace ya un montón de años lo recuerdo con bastante claridad, máxime estos días
que “la cosa” anda revuelta y se pasea uno por la memoria revisando temas y
tiempos pasados; los que no eran tan buenos ni bonitos como a veces los
pintamos, pero claro: la edad, la esperanza, la inconsciencia… quizás lo ponga en el listado de los deseos
más apremiantes.
Aún y así y a la vista del resultado de
todo… ¡Quiero ser niño! Quiero volver a mis pupas en las rodillas, a
mis sandalias llenas de barro cuando volvía de un día ajetreado en el campo con
mis cabras, a mis calzonas salpicadas, cuando no llenas de cagarrutas de cabras.
Quiero encontrarme de nuevo con mi abuelo en el corral con las manitas cogidas
detrás de la cintura observando como ardía el picón y esperando el momento de
apagarlo para meterlo en los sacos. Quiero volver, si hace falta, a los piojos
negros y grandes como “cochinitas” que mi madre o algunas de mis tías me
quitaba en el melonar; prefiero las pupas en las rodillas y en los codos por
los porrazos y golpes que luego se infectaban al “amparo” de tanta inmundicia,
cochambre o mugre y la “aportación” del estiércol por el corral de casa… toda aquella época de poca salubridad,
carencias o miserias era menos peligrosa y menos preocupante, porque el
expuesto a contagio directo era yo y aunque fuese malo, el dolor era por mi y
de alguna manera dependía de la propia superación y entendimiento, pero esto de
ahora me duele en el alma por tantos y tantos por los que no puedo hacer nada y
además con la plena seguridad de que andamos “vendidos” y al capricho de lo que no sé quién, quieran hacer con
nosotros.
Montero Bermudo.
Rodeado de pamplinas, aquí en mi claustro. 18 de marzo de 2.020
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