Un tiempo entre retratos.
Entretenido aquí, mirando unas
cuantas de fotografías que en desorden casi cubren la superficie de la mesita
delante del sofá, fijo la mirada y me detengo pensativo entre un par de ellas, de
las que últimamente he colocado en “mis conversaciones con el teclado”, como
“adorno” de lo que publico en mi blog y como siempre, revolviendo el tiempo y
la cabeza para distraerme y por costumbre. Me detengo y remiro, pienso en el
momento que se hicieron y vuelvo a mirar…
una de ellas corresponde a un grupo que mi primo Ramonchi me hiciera
allá por el verano del 64, cuando volví al pueblo para ayudar en la temporada
del melonar., la otra, perteneciente a un puñado que hiciera con una “Werlisa
color” que nos compramos la novia y yo, años después, cuando volví de nuevo al
pueblo, una vez terminado el servicio militar en Jaca.
Me paro a pensar y reflexiono o medito con mucho de lo que entre una y
otra transcurrió y llego a la conclusión de que ahí, en ese jalón en mi vida (septiembre
del 64 y octubre del 75) se me fue un mundo. Una etapa extraña, confusa, de brega,
de lucha con todo y con todos. Nunca supe adaptarme, llevo algo dentro que
complica mi existencia y no me permite andar con la normalidad que sería
deseable y la que me permitiría vivir con menos tensión interior. Una época, la
de aquí donde me encuentro, llena de sufrimientos y esperanzas, de fe en lo que
habría de venir y de dudas al mismo tiempo, de melancolía y de ilusiones… blanco y negro, risa y llanto; de discrepancia
con un proyecto de ruptura con todo lo anterior (esas eran las directrices que
marcaban la sociedad que me rodeaba) porque lo pasado ni serviría de provecho
para esta nueva etapa, ni aquí en esta “nueva vida” me sería útil; así que,
adaptarme y transformarme estaría en “lo acertado” y por tanto en la mejor de
las soluciones. Por supuesto que ni eso lo acaté ni permití nunca que el propio
bagaje de mi existencia se disolviera en el “experimento”; sumar y evolucionar:
siempre, pero ¿Intercambios o “negocios de tenderetes” con tus propios
sentimientos? Mientras me quede
dignidad, nunca.
Reconozco el déficit que supuso aquella traumática separación de mi
hábitat y la naturalidad con la que otros de los míos se tomaron el tema (cada
persona es un mundo) cuestión quizás, la que a mi persona afecta, para dejar en
manos de profesionales de la sicología o siquiatría, en las mías andan sin
resolver y pienso que me acompañaran mientras viva en este mundo.
A suspiros y entrecortado el ánimo, fue pasando el tiempo con ramalazos
de esperanzas y optimismo en lo mucho de bueno que habría de venir y que el
tiempo transcurrido entonces y después de las instantáneas citadas, ha ido dejando
una nebulosa de frustraciones que no permite aceptar ni dar por bueno o
deseable, la mayoría de lo vivido. Fue una trampa que el destino me tenía
preparada y de la que nunca he podido escapar.
No encontrando el remedio, a regañadientes y con altibajos lo he venido
tolerando, porque entre otras, va mezclado parte de una vida junto a los míos
que vinieron detrás y de ello tampoco soy capaz de desprenderme.
En la primera, la que correspondería al verano del 64, ando junto a mi
primo, un perro de agua-mezclado precioso (mi Bobi) que siempre recordé y con
el que jugaba de manera interminable cuando estábamos los dos solos y con un becerro que se compró en casa al
empezar la temporada y que era el que se comería todos los desperdicios de melonar
y algo más que se agregara, con el fin de aprovechar y al terminar sacar algún
beneficio con su venta.
De ahí a la otra, donde me encuentro junto al
pilar de la fuente que dejó hecha mi abuelo en la entrada del patio de la casa,
al lado de mi compañera para toda la vida, en ese momento la novia y futura
esposa, ayudando a mi tío Antonio (haciendo postura para el retrato) en la
brega con la mula que por aquel entonces tenía. Finiquitó la corta y maltratada
niñez a “la que tuve derecho”; pasé de
andar en plena naturaleza y libertad entre animales y junto a mis tíos o mis
abuelos la mayor parte del tiempo, algo
de colegio y los juegos, cuando podía, con los amiguitos de la calle, a la
pubertad con sus “experimentos”; al tiempo de aprendizaje en oficios; la
incorporación a filas con el cumplimiento de los deberes patrios y una
sublevación consciente, tajante y firme a ciertos problemas de índole familiar
que se arrastraban desde siempre y que definitivamente tomé postura en no
seguir permitiendo. Esto fue una herida sangrante, que en paralelo me
acompañaba y de la que evito en lo posible hacer referencia expresa y la que
lucho por olvidar (esta sí) aunque no lo consiga.
Me encontraba pues, en puertas de
montar un hogar y de organizar mi propia independencia, con todo lo que ello
suponía, con unas obligaciones y compromisos más la responsabilidad de todo
cuanto hiciera o moviera por ser ya, mayor de edad y todo ello, como queda
claro, con la cruz de la nostalgia a cuestas.
Hoy, mientras pienso en las dos instantáneas y aquel tiempo que se fue,
un mundo de agobio e intolerancia, de egoísmos, de “superioridades” infundadas;
de mentiras interesadas y de “lacitos amarillos” (como adorno a todo ello)
me rodea… allanándome el camino del
pensamiento hacia aquella época: lejana, mala, dura y con muchísimos problemas,
pero que la situación actual de descontento, la falsa libertad y progreso que
nos ofrecen quienes nos gobiernan, están haciendo buena.
Montero Bermudo.
S. Juan Despí, 1º de octubre de
2.018
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