La
Luna sabe cuánto la quiero.
Y aquella luna se fue con los años,
pero vinieron más y la vida me enseñó
que era la misma. ¡Ya me lo parecía! Pero uno, imberbe y poco ducho en estas lides,
donde acampan bobos acareados nutriéndose de amores de los que atontan, me dio
por pensar aquello que dicen los “modernos y bien informados” que todo cambia y
se transforma para empezar de nuevo y si hace falta, por distintos derroteros...
y
no me aclaro.
Sobre mi existencia cuando la veo
allá en lo alto y me sonríe, me causa ternura porque fue testigo y lo continua
siendo de mi verdad. Sigue girando y en procesión, cuando le toca, la veo pasar
seguida de estrellas iluminando y dando alegría a la gran dicha que en su
presencia, apareciera entre nosotros como un designio que de “Lo Alto” me fuese confiado y Ella, que desde el comienzo en cierta forma, la
tengo como cómplice o madrina, lo sabe y
ronronea por lo bajito haciendo guiños
cuando la miro y mientras momentos de plata me circundan y visten de gala con
su presencia, la luz especial que del firmamento cae como aleluya o regocijo,
es convertido en el maná que fortalece y da sustento a viejos quereres actualizándolos
con su presencia, porque Ella, la Luna, los renueva.
Los años pasan pero el recuerdo de
aquella noche sigue vigente y el coexistir continuo en lo cotidiano, no hizo
otra que el buen abono de aquel jardín que para dicha y ventura mía, sigue
ofreciendo la floración que ya quisieran
avezados jardineros de mil amores como los míos.
Cuentan los “vivos” que no hay amor
con resistencia o prolongación a muchos plazos, que finiquita, que se despacha en
cuando arden los finos brotes y que en fogarata queman ligero en corto periodo,
aquello que para mí, no es más que: pira de abriles, fantasía, farfolla o pobre “falla”.
Rodaran mis huesos al retortero por este
mundo hechos mantillo y mientras cumplan su cometido de ser abono para otras
vidas, de ellos florecerán lo más bonito en cualquier rincón llevando tu
nombre, tu color y tu dulzura, porque mi alma te seguirá anhelando, no habrá de
perderse vagando en el infortunio ni en el naufragio por el universo, yo vine aquí por algo y está bien claro, porque la luna me lo dijo.
La Luna fue la que nos vio cuando nos vimos y
sabe bien de mis ilusiones que no son otras que estar contigo. Se van los años,
pasan y firme sigue aquel propósito dentro de mí, no es un esfuerzo, es un
deseo, una necesidad que se complementa con tu presencia y aquellos frutos de
primaveras que Dios nos dio, fueron la muestra de que existimos y cada uno
donde quieran que anden, serán felices, porque no hay rama con más contento y
el que es mayorcito lo sabe, que aquella que mueve el viento cogida al
tronco del árbol que sale.
Montero Bermudo.
S. Juan Despi, “en plena vendimia” de 2.016
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