No le reprocho, ni le afeo nada a mi memoria, nos conocemos desde siempre
y sé de buena tinta que ella, hasta
ahora por lo menos, nunca me abandonó. De aquel imponente palacio en la Via del
Corso de Roma, no acuden a mi evocación
imágenes algunas, solo recuerdo vagamente la entrada por una placita haciendo casi
rincón y que creo era allá por el Colegio Romano; por ahí entré yo las veces
que fui, aunque la principal del
edificio anda por la Via antes citada. Sé de algunas cosas del lugar por
documentación fotográfica y porque de vez en cuando lee uno algo al respecto,
pero siendo honrado… no consigo
acordarme prácticamente nada del edificio ni de las muchas obras de arte en su
interior expuestas, esa es la verdad. Cuantas veces fui solo llevaba en mente localizar el cuadro
que allí me llevaba y no podía perder el tiempo
en fijarme en: fachadas, patios,
columnas, escaleras… ni siquiera en
otras pinturas, de mucha categoría, que en teoría conocía y sabía de su
existencia en el sitio.
Recuerdo subir unas escaleras y en
uno de los ángulos que formaba
el corredor, encontrarme de
frente en un saloncito de medianas proporciones, con el retrato de Inocencio X
de Velázquez. Ahora quiero referirme a la última vez, la que quizás fuese algo
más consciente de lo que me iba a encontrar. Desde el momento que lo tuve ante
mí, se me olvidó ni por donde había entrado, ni siquiera que me tendría que ir
en algún momento; no recuerdo nada que no fuese otra cosa que el afán por adentrarme en la tela y con infinidad de
interrogantes de mucho tiempo atrás preparadas,
entablar el diálogo que me fuera posible con aquella majestuosa muestra de capacidad artística de
un Hombre con mayúsculas, que fue pintor y como nadie en el mundo lo habrá
sido, esa es la diferencia.
No sé qué tiempo estuve allí, cuando me
di cuenta, recuerdo verme sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la
pared de frente al cuadro, a mi derecha una especie de pedestal o columnita con
un busto de mármol, que Bernini hiciera del mismo personaje, ni que decir que
seria y será buena, pero yo no tenía ojos para tanto. Me encontraba solo, mi
mujer que me acompañaba en el viaje estuvo allí lo que le pareció y se fue a pasear y mirar cosas por las demás dependencias; seguramente
habría cámaras de vigilancia o alguien en algún momento se asomara, yo no vi
nada ni a nadie, solo recuerdo que
estábamos los dos, el Papa y yo.
Tanto más me iba adentrando en el diálogo con aquella
obra, más me alejaba de la realidad que podría rodearme, hubo momentos que dudo
si los ojos los cerraba o los abría; mirando el conjunto de la figura del
personaje vi a la Maestá de Giotto con toda su esencia y misticismo; la plasticidad y el colorido veneciano pincel
en ristre iba repartiendo Tiziano por doquier y en los blancos del ropaje sobre
las faldas, Piero de la Francesca dejaba pasear la finura de la Reina de Saba
que había venido al encuentro con
Salomón y “El sueño de Constantino”
seria el mío, que mientras
atónito observaba aquella maravilla, condensada en ella toda la historia de la
pintura y ante tanta trascendencia, esperaba la aparición de esa
“cruz luminosa” que me ayudara a
vencer tanta ignorancia de la que era portador y entender algo más. La confusión reinante que ofrecía a mi delirio
los reflejos del rojo gorrito papal sobre su frente, me hicieron ver por
momentos viejos bisontes de Altamira, donde la impregnación de la materia grasa
con la piedra junto con el misterio de la mano del hombre hacía el momento
indescifrable.
Bajo la diestra mano que proyecta
sombras tan sutiles como de garras vi arrancar de su atmósfera trocitos por
Goya para llevarlos a S, Antonio de la florida y entornando la mirada por no
saber ya, como salir de mi asombro, en
los planos de raso rojo de la casulla papal me encontré con Mark Rothko que no quiso perderse el espectáculo. Ahí
fue cuando me descompuse casi por completo y dirigí la mirada hacia las pupilas incisivas del “curita
endiosado” y me dije ¡Esto no puede
ser! Y en la picara de la suya vi la
injusticia y el engaño de la vida, el poder de unos seres contra otros y la
falsedad de un mundo que supo captar de manera prodigiosa aquel que fuera el
más completo de todos los que pintaron en el mundo del que tenemos consciencia.
Salí de mi aturdimiento decidiendo dejar allí la experiencia y con la imagen
que me ofrecía aquel personaje y que no
era otra que la misma de Munch en su “Grito”
me dirigí hacia el Salón de los espejos, donde mi esposa esperaba pacientemente
sentada a que yo terminara “mi guerra”. No hay vez que yo hable de pintura que
no me vengan a la memoria tantas y
tantas imágenes como se me cruzan mirando a este Genio, en el que están reflejados todos aquellos que
algo fueron, antes o después de Él,
porque Él, Velázquez, ha sido el más
bueno de los alumnos y el mejor de los
maestros.
Montero Bermudo.
S. Juan Despi, 30 de Julio de 2.016
No hay comentarios:
Publicar un comentario