campiña ecijana

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domingo, 28 de noviembre de 2021

El cuento del cabrero

 



El ego y la vanidad por delante de las mismas cabras

(cuento para niños de edades variadas)

       Cuentan historias a veces, que uno cree haberlas oído tiempo atrás, no sé si ciertas; cuentos de toda la vida o, simples composiciones de sueños que aparecen de vez en cuando, por el pensamiento de aquel que no le es posible dejar quieta la parte que da por encima de los hombros. Dice así:

       Al frente de una piara de cabras andaba a su gobierno lo que diera en llamarse sencillamente: un cabrero. No era este asunto, tarea que el personaje en si dominara, ni siquiera algo que en su interior demandara como “afición” o dedicación a cambio de un modus vivendi, el estar al frente de tan noble ocupación era la excusa ¿Por qué y para qué lo hacía? Se preguntará cualquiera que lea esta historia o cuento… lo mismo me pregunto yo siempre que lo leo. Los cuentos se le ocurren un día a quien sea y ahí quedan.

        Por lo visto, cargado de un complejo de inferioridad desmedido, quizás sin muchos fundamentos, pero en todo caso real y que le iba removiendo su propia estima, lo que a su vez le hacía vivir ofuscado y obsesionado en llegar a ser “alguien”, el caso era: Triunfar; domeñar o someter a una piara de cabras podría valerle como experimento o prueba, le echaría un pulso al destino, tenía que conseguir algo “llamativo”, hacerse ver, presumir de lo que fuera y como fuere.

       Todo empezó un día que, observando a otros que hacían cosas parecidas, se le encendió la bombilla y le dio por ello, como podía haberle dado por echar las cartas a unos cuantos, de ingenuos bobalicones, al buceo en aguas de riadas o, en el mejor de los casos, a prepararse a fondo en estudios serios y con buenas intenciones, no sería así ¡lástima de lo último por lo menos! Se dedicaría a pastorear, en perjuicio del “oficio” y de los inocentes animales claro. Se las ingenió como pudo y consiguió ponerse delante de unas pocas, para lo que buscaría como ayuda y soporte (“siempre hay un roto para un descosido”) una buena reata de “adecuados” perros. Con alguno le hubiera bastado, pero ante su poca capacidad, inseguridad y propia desconfianza, se haría con un buen porte de ellos, siendo además de los escogidos como poco nobles (cosa rara en este caso, pero los encontró) y obedientes. Con todo meticulosamente bien estudiado se haría al frente de su piara y con orgullo (la más de las ocasiones cargado de soberbia y pedantería) paseaba su ganado buscando comida allá por donde pensaba que podía y donde no, cuando se descuidaban propietarios de fincas y propiedades.

       -- Yo, que fui cabrero cuando mi crianza, guardo buen recuerdo de lo “traviesas” y caprichosas que son en sus formas estos animales, así como lo dóciles y fieles a quien las lleva como se deben llevar. Echarles el perro, no es más que una acción controlada y de aviso que nunca va a más y ellas, finas en apreciaciones que lo son, al final comprenden haciendo caso, pero sin miedos ni angustias que entorpezcan sus careos durante el ramoneo, es más, al perro, como al cabrero se arriman cuando tienen miedo de algo extraño a la piara y es normal durante el sesteo o la noche cuando los perros se pasean por medio de ellas en los corrales o la “majhá”, verlas romeando sin inmutarse. --

       Todos los días salía con su ganado en busca de cañadas y barbechos donde pastar, bordeaba caminos y senderos comiéndose los ribazos, padrones y cunetas. Iba de punto en blanco, vestía de manera fantasiosa y ponía más cuidado en el terno y el peinado que en todo lo concerniente a los propios animales… la vanidad le podía y las mismas cabras de reojo controlaban al susodicho, por extrañeza y por no fiarse de quien las llevaba. Todo funcionaba de manera anormal, no era lógica aquella estampa en la que el estar se anteponía al ser, aunque a veces estas cuestiones quedan invertidas. El asunto en cuestión estribaba a final de cuentas, en una especie de obra teatral en la que el artista ni era cabrero ni Dios que lo fundó, era una especie de pantomima en la que el verdadero fundamento estribaba en querer estar al frente de lo que fuera con tal de relucir ante los demás… un egocéntrico narcisista metido a contrapelo en lugar donde por naturaleza saldría disparado por su propia incoherencia…   Las cabras eran lo de menos.

        Poco a poco (no hay mal que cien años dure) fue saliendo a la superficie la verdadera cuestión (muchos ya lo vieron venir desde el primer momento) y tanto las cabras, nobles y dóciles, pero muy tunas cuando se mosquean, como los canes, fueron marcando de cerca al susodicho y empezaron los problemas. Entra ellas se correría la voz de que aquello iba mal y no tenía futuro andar con aquel elemento al frente; el refuerzo de pienso que normalmente se le acopla como ayuda a las que tienen que criar, o dan más ganancias, así como el maltrato a lo autóctono de la propia piara, traducido en cierto abandono y desprecio, fue calando en el corral y al ver que todo ello iba en beneficio de las que menos daban o planteaban más problemas, daría en crearse un malestar que al final explotaría de alguna forma. Los perros, cada vez más a repartir labores desagradables, aunque atendidos en gratificaciones de huesos al por mayor, no las tenían consigo; ellos vieron venir “la tormenta” y al final se convertirían en tristes servidores despreciados por cualquiera, e incluso pendían de un hilo ciertas prebendas y remuneraciones futuras, en las que ya no confiaban. Al final… como el rosario de la aurora.

       Todo se vino abajo: el cabrero cada vez más impotente y lleno de dudas, viendo cositas raras no se apartaba del espejo mirando y preguntando a diario: “espejito, espejito…”, las cabras lo mismo se metían en el trigo que se comían girasoles o  se colgaban de los olivos destrozando cuanto pillaran; “mariquita el último” se escuchaba en tono jocoso por medio de la piara mientras masticaban hasta las macetas de los vecinos,  los niños ya no cantaban al verlas pasar aquello de: “cabras cabritas del tío Chiribitas… “ se escondían temerosos ante lo imprevisible y allí como en Sampayo, al unísono grito de la piara entera, sonó un estruendo que hasta “Napoleón” le temblaron las piernas… el ganado dijo: hasta aquí y hubo quien recuerda y cuenta haber visto en la línea del horizonte volar a carreras abiertas a tal elemento.

       Cuesta creer en estos finales de cuentos, donde todos terminan normalmente en buena dicha y comiendo perdices y que este, al cuentista le diera por hacer diabluras dejándonos un mal cuerpo que “pa qué” …

Montero Bermudo

Con la barriga encogida en este de noviembre de 2021

 


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