campiña ecijana

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martes, 14 de abril de 2020

Oro de aceite para un salmorejo



Un salmorejo ecijano
     Hoy va de salmorejo, de salmorejo ecijano ¿Quién ha dicho que no es astigitano este genuino manjar, cuya historia queda perdida en la inmensidad del tiempo transcurrido?
     Circunstancias que se dan, escusas, ganas, recuerdos que se conjugan y con todo ello, hace que en esta ocasión se arremangue uno y con la macetilla sobre las piernas agarre la “machacaera” con ganas, por no decir hasta con cierta rabia, con fruición y se deleite en el recuerdo “cocinando” con fe, uno de los mejores y más contundentes platos de la tierra y por tradición, de mi casa también. Hoy, será a mano, como debe de ser, esto para mí es un rito y en el ceremonial de su elaboración van infinidad de recuerdos… la memoria hace volver a vivir circunstancias y momentos pasados, llenos de una esencia familiar y hasta de un “olor a ellos” …   a los que ya no están.
     No será de extrañar que, como en tantas cosas de estas que tan mías las siento, me repita y ya se me haya escuchado hablar una y cuarenta veces más, pero no me rindo, aunque comprendo que para algunos sea un “jhartible” …  en mi casa cuando se celebraba algo, lo normal era tirar de salmorejo; mi padre en eso tenía buena mano (y fuerte) cosa indispensable para darle el punto, cueste lo que cueste. Él decía que “hay que trabajarlo… labrarlo, labrarlo y labrarlo…  para “aguaíllos” ya hay bastantes “chominosos”; no aceptaba el: pin pan, pin pan… y ya está bien.
     Machacaba unos dientes de ajos con un poco de sal y echaba el “miajhón” (migas del pan) sin mojar, labraba en seco, el agua sería al final cuando la masa hubiese asimilado bien el aceite y el vinagre…  iba moviendo la “machacaera” … echaba dos o tres tomates maduros pelados y cuando la miga lo absorbía completamente, a veces le agregaba un huevo. Una vez todo bien homogéneo, le iba echando aceite, poco a poco…   mueve, mueve, mueve …   sin prisas y la pausa, solo para una “buchadita” de vino, “un respiro”, decía él … aceite en función de la cantidad de pan, aunque nunca poco, cuando tenía una pelota pegada a la “machacaera” brillante y totalmente fundida en todos sus ingredientes… otro “respiro” o dos y ahí se empleaba en labrar y labrar (mover dando vueltas a la “machacaera”)  hasta que nosotros nos aburríamos por la espera… él no tenía prisas. Una vez el visto bueno del aceite le agregaba vinagre, también poquito a poco y con precaución hasta darle el punto y cuando por fin creía que ya estaba bien, le echaba agua mientras movía, pero la justa para dejarlo en un punto de espesor parecido al yogurt o la mayonesa ¿??  Una vez en ese punto se le agregaba: un picado de huevo duro, pimiento, manzana ácida, atún o bonito, un tomate o dos de los duritos…  lo del jamón picado creo recordar que sería años después, cuando el cocinero era yo y los tiempos otros; se terminaría de apañar o “adornar” la macetilla con un generoso chorreón de aceite por encima en forma de “rueo de jeringos”.
     “… Pa mí, la machacaera, pa mí; la machacaera pa mi…” se escuchaba alrededor de él, cuando la cosa ya apuntaba en su finiquito y no siempre tendría porque ser en boca de los más menudos, los mayores tampoco controlaban impulsos y las ganas empujaban…   no haría falta fregarla. En contra fondo al alboroto del ambiente, un trajín o “arrastraero” de sillas en pro de una buena colocación ante el espectáculo y el batir de tenedores, cuando no pinchos de varetas de ramón si faltaban…   ¡Virgen de Consolación! - Se escuchaba a través del “Iberia” colocado en una peana sobre la pared y que mi padre comprara cuando nací – la morena del barquito en la mano que meció la vela y el timón…   ¡Dios te salve María morena! patrona de Utrera, rosita de abril…    el inolvidable Montoya rezaba cantando, como yo, contando aquí.
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     Hoy me despiertan todos estos recuerdos, cositas que en la vida se dan y que me alegraron en buena manera. Haré un salmorejo, tal como él me enseñó, aunque me salga alguna vejiga en las manos, sudaré si es necesario y posible sea que se me empañen los ojos (si solo fuese eso…) recordando y, celebraré con ello, que unos amigos me enviaron desde Écija, además de una cariñosa muestra de “sensibilidad astigitana” un poquito de su “trabajo embotellado”, el producto base, junto a un buen pan y esencial para un buen salmorejo. Un detalle de oro, porque oro es este aceite con el que me obsequian... 
     Creo haber aprendido algo siquiera de aquellas maneras, pues desde muy chiquito él me iba dejando la “machacaera” y con los años sería yo el “maestro de la macetilla” en mi casa. Me emplearé a fondo y me dejaré llevar por el rito que representa su elaboración, soñaré mientras labro al olor de la materia, recordaré los tomates maduros de la “Currindina” y aquellos peritos ácidos que tan buen sabor dejan en el “manjar rosa” de mi macetilla; el olorcito de la lata de bonito que traía mi madre, para la ocasión (todos los días no se podía) de Casa Cruz, el vinagre de Jerez que apañaba  del “Picaíllo” o “d´anca La Pastori” y el aceite de oliva, aquel aceite de oliva  que hasta con un poquito de suerte,  venía del molino de mis padrinos…  fuerte en aroma, aunque suave al paladar, intenso y oloroso a ramón, a aceitunas machacás… a gloria bendita, que no era cualquier cosa.
     ¡¡Va por ustedes!!...     y por María y Rafael, por supuesto.
Montero Bermudo.
Cumpliendo con seriedad lo del confinamiento, en este abril de 2.020

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