La Luna desde el
Salón.
La vi cruzar por la “Calle Nueva”,
estaba sentado en uno de los poyos del “Salón” tomando la fresca después de una
jornada calurosa y “completita de brasas” , día de esos que dan nombre o ponen alias más que
justificado a este rinconcito del sur entre suaves lomas y a orillas del Genil
y que lo es de: “Sartén”, aunque me quedo sin lugar a dudas con el de Écija o
Astigi, que es por derecho propio el genuino
y ahí va implícito todo lo que
forme o conforme su identidad. Freírse, freírse… está demostrado que es posible en cualquier
parte y no solo de calor, eso lo tengo asumido o comprobado, luego de haber
“malvivido” fuera del lugar tantos años…
volvamos al “Salón” que sigue uno afectado y se pierde el hilo.
Acomodado sobre una de esas piedras
que hace poco colocaron los del “último desarreglo” (no paran, son únicos y
mientras no llegue la verdadera “auto-revolución” pendiente, sí, esa que nos
debemos contra nosotros mismos, porque estos no han venido de otra galaxia, que
al fin y al cabo los hemos puesto de entre nuestros convecinos y que haga
desaparecer a todos estos políticos que como castigo nos ha mandado la época,
no pararan de inventarse travesuras) y que posiblemente sean esas piedras, las
de los poyos, las únicas que no andan rotas o deterioradas. Desde ahí sentadito
controlando a mi perrita mientras jugueteaba a mi alrededor y a lo largo de lo
que daba la correa, miraba al cielo estrellado…
majestuoso, azul, impresionante, precioso y relajante… (ahí no han
llegado todavía los “tenazas”, pero hablaremos bajito) Ella sonriente, cruzaba por
encima de la “Gran Vía ecijana”, esa que abriera a la modernidad aquel “visor
al futuro” y avanzado alcalde que fuera D. Felipe Encinas y Jordán allá a
principios del siglo XX y que rotulara con el nombre de: Miguel de Cervantes en
memoria de uno de los más grandes de las letras españolas, aunque el pueblo,
sabio siempre a pesar de todo, la bautizara sin más pretensiones por lo bajito
y corriente con el de: “calle Nueva”, que
lo es y, quizás hasta en su propia memoria y agradecimiento por el gran aporte en lo de novedoso. Como
decía, avanzaba en lo alto de las cubiertas del Mirador de Benamejí, dibujando con
hilos de plata los perfiles de la parte alta del frontispicio de esa
majestuosidad barroca, cual bordado sobre terciopelo negro surgido de un
“lúcido e inspirado Jesús Rosado” y de ahí sin detenerse, aunque parsimoniosa y
como en lenta procesión vertía sus luminosos rayos por la estrechura de la
Cintería, antiquísimo “recuerdo” que nos queda del Cardo romano.
Mientras Ella continuaba deleitando
mi contemplación, relajado y fresquito dejaba suelta la imaginación, al tiempo
que degustaba un helado de nata con piñones, por cierto, buenísimo, que había
comprado en la confitería de Torres Valera, casi a la entrada de la “calle
Nueva”. Miraba y dejaba “suelta la cabeza”, pensaba en lo leído, escuchado y
vivido; observaba la infinidad de: roturas en la solería, deterioros, abandono,
chapuzas y ocurrencias y junto con la
poca delicadeza y civismo de muchos de mis paisanos, que a golpe de gritos,
voces y pitidos con los coches hacían “un salmorejo” desagradable y lastimoso
digno de tener en cuenta y rectificar, pero ni aún así, mermaron el disfrute,
porque lo hermoso es más, mucho más y todos estos desperfectos los que vengan
harán limpieza y este Salón, ombligo de niña en sus más de dos mil años,
cicatrizará su tripa y crecerá lustrosa y bella como ninguna.
Nos despedimos con la mirada y Ella,
la luna, con buena parte de la noche por delante, se fue camino de Sta. María
mientras llevaba su luz y energía sobre la torre y la misma Virgen del Valle,
yo hacía lo mismo imaginándome algo de aquel Kardo romano o la vieja calle de La
Verdad, en busca de Puerta Palma con mi Lola que ya era tarde y la piltra
esperaba donde reponer del día y seguir los sueños.
Montero Bermudo.
Ya en S. Juan Despí, 1º de Julio de 2.018
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