Velázquez y sus interioridades
La vida de Velázquez hace mucho tiempo que
forma parte de esas necesidades imperiosas en averiguaciones, sobre su
particular existir. Importa hasta lo infinito en algunos que, conociendo, o
creyendo conocer, parte de su obra pictórica, les va en ello inmiscuirse también
en lo privado para poder enjuiciar, valorar o “dominar” en conocimiento, sobre
algo en lo que habría de suponerse necesario y que no lo es. Velázquez apareció
a la vida de nuestras curiosidades o afinidades, por haberse dedicado al
“oficio” que nuestra sensibilidad personal se apuntara algún día o muchos, en
nuestras vidas. Él se dedico a ser pintor. Estudió, aprendió y a diario se
superó en el desarrollo de su “trabajo”, llegando a superar al final de su
vida, todo lo conocido hasta la fecha y vamos camino de entender, de lo que
siguió a él hasta nuestros días.
Cuando uno se adentra en ese mundo de la
pintura que él representa, la curiosidad embarga y sobre pasa cualquier medida.
Mientras más avanzas en el conocimiento de su obra, más te inquieta el saber
del porqué de muchas cuestiones que lo relacionan con esos resultados. Su
pintura intriga y despierta interés y, una vez coges la punta del hilo, antes
de averiguar ni calcular el grueso de la madeja, no lo sueltas ni, aunque de
calambres, porque cada tironcito de esa secuencia representa un descubrimiento,
una ventana abierta a un mundo y forma nueva de concebir algo tan enorme a su
vez, como la creación de unas maneras de hacer arte. Vamos tarde, nos lleva
siglos de ventaja y esto, aun requiriendo de una explicación, es comprensible
de no esperarla del todo, de momento ¿Quién te la va a dar?
Hemos visto y leído sobre él, conocemos
o creemos conocer buena parte de su obra ¿Y su vida? ¿Nos valdría de mucho
saber de particularidades o intimidades suyas, fuera del oficio, para una mejor
comprensión de lo que pintó? La frustración en algunos curiosos al no entender
ni saber qué hacía este hombre cuando a diario se levantaba a desayunar,
discutía con su esposa, orientaba a sus hijos, conversaba con los bufones de
palacio o le hablaba a su yerno de su anterior vida en Sevilla… les hace ponerse en el camino de la creación
fantástica o de la ficción. Del complejo personal, la poca hombría y capacidad,
se desprende esta actitud.
Atendiendo a los “frustrados”, a los que
menos deberían de importarme, porque son ellos quizás de los que menos se pueda
aprender, al margen de: la maldad, la envidia, los celos, los rencores… y el
complejo de inferioridad al que con ello buscan su defensa. Acudo al trapo
perdiendo el tiempo, seguramente, sí, pero es verdad que algunas veces te tiran
de la lengua y no te puedes contener.
Ellos,
los estudiados, ilustrados y viajados que partieron por esta travesía del arte,
olvidando el alma del conocimiento, hablan de su pereza, de su flema o
pachorra, de su “servilismo”, de su frialdad, del misterio y ocultismo personal,
de los celos y de su envidia, de lo presuntuoso, de su trepa arribista y
vividor, de su apego al vino y otros vicios, de su “amargura” y pesadumbre por
andar falto de superaciones personales (era un inconformista). No fue amigo de
la risa ni del contento, pero sí putero, machista, déspota y sobre todo
clasista. “Copiaba” con frialdad y “detenía” el tiempo y a sus modelos, en su
antojo para ser capaz de reproducir o calcar lo que otros se inventaban. Él no
era capaz…
Hace muchos años que un amigo entendido
me puso en sobre aviso de su pintura, una vida llevo dedicado a quererlo,
porque a Velázquez se le quiere cuando te acercas y descubres siquiera una
pizca de lo suyo y si es verdad que en ocasiones me he preguntado por esas
curiosidades personales de su existir, nunca me importó el fondo de tal
cuestión. Soy respetuoso.
Cuando miro: a Margarita, a Baltasar
Carlos y a Felipe Próspero y su perrito, a sus bufones, a esos retratos del
hombre más poderoso de la tierra, que era además su amigo (merece un respeto el
que presumiera de ello) a su ayudante Juan, a la miradita que echara desde la
Villa Médicis con sus pinceles, dejándonos dos trocitos insuperables; al
“demonio” de aquel papa que nunca las viera más gorda, por quedar en la
historia representado cual pirámide egipcia; A Juana y Francisca, pilares
íntimos, al margen de su taller, como a su maestro y que aparecen por su obra
de manera discreta, pero deslumbrante al mismo tiempo… su Rendición de Breda; Las hilanderas, Las
meninas o el lacito que sostiene Cupido ante el espejo donde se mira complacida
quien le diera a “su Antoñito”, según calculan algunos…
Se me olvida toda existencia, solo me
interesa aquello que miro, aquella pincelada y su recorrido que, a modo de
Guadiana, se me pierde y aparece de nuevo jugando con lo más sagrado que conocí
en arte y hecho con un virtuosismo desmedido e incomprensible. Al margen, las
intimidades de su particular vida y, la grandeza va implícito en ello para mí.
Lo demás, no me preocupa, porque no me enseñaría nada.
Montero
Bermudo, en el mes de las flores de 2023